domingo, 26 de octubre de 2008

Los muertos van deprisa



No sé si lo he contado aquí alguna vez (supongo que sí), pero lo repito otra vez: mi figura literaria favorita de la historia de la literatura es aquella que utiliza Kant para criticar las Ideas tal como las concebía Platón; Kant habla de la paloma que sintiendo el roce del viento en las alas, piensa en como sería su vuelo si no tuviera que vencer la resistencia del aire. La paradoja es que es precisamente esa resistencia la que permite el vuelo al ave, aunque ella la perciba como un obstáculo.
Es una figura que aplico a todas las circunstancias de la vida, y aquí viene a cuento porque uno (en un Festival de Cine y en todas partes) se encuentra con obligaciones marcadas por la amistad (otras veces es la familia) de las que le gustaría verse libre, pero probablemente la amistad sobrevive (contra lo que podría parecer) porque es un tejido de obligaciones aceptadas implícitamente (y de hecho en muchas ocasiones esa obligación se siente como un mandato incuestionable).
Y una de las cosas que me ha tocado hacer ha sido verme esta modesta comedia gallega para entrevistar al director, Ángel de la Cruz, que hasta ahora había tenido una carrera más o menos exitosa en el campo de la animación.
Los muertos van deprisa, además de ser un verso de Rosalía de Castro (que es leído en un momento de la película, que por eso lo sé), es un remake en clave gallega de El hombre tranquilo, aunque a años luz del referente. Además de indefinición en varias partes del guión (secuencias que no están bien planteadas y en las que el conflicto que se genera no acaba de entenderse), se puede decir que la excesiva "amabilidad" del tono hace que la cosa resulta demasiado sosa para una comedia, y algunos gags son largos y no funcionan nada bien, como la recreación de Bonanza, demasiado larga y alg9o bochornosa, que además introduce al personaje peor trazado de la peli, que es el sargento de la Guardia Civil.
Pero la primera reflexión que surge viéndola es acerca de la viabilidad de un producto menor como este en el despiadado panorama audiovisual que vivimos o, en otras palabras, que es imposible imaginarse un público para esta película.

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