
Como no he visto más cosas del Campanella desconozco si las limitaciones de la película son achacables al director o a la producción, que tritura el material para conformar una pulpa exportable internacionalmente, pero en ella se apunta una historia muy interesante, la de la obsesión del funcionario (interpretado por Darín con la gorra) no tanto con el caso que le ocupa, una mujer violada y asesinada por un mamporrero de la extrema derecha, como con la obsesión "en espejo" del marido, una especie de fijación en segundo grado, hasta el punto de que el funcionario le "exige" al marido que esté a la altura de la fascinación que le provoca su actitud, la no-vida en que se sitúa desde el momento del asesinato de su mujer. Para Darín esa actitud es una cifra de una intensidad que él es incapaz de vivir, pero que necesita ver encarnada en el otro (por lo que sus relaciones son algo tirantes, pues el marido no tiene ganas de compartir su experiencia con una especie de mirón). La cosa no se desarrolla demasiado, pero apunta a esa necesidad que tenemos de que otro crea (o sienta) por nosotros, occidentales desencantados para los que cualquier experiencia del orden de la verdad es una estafa (no hay más que ver lo que nos fascinan los musulmanes suicidas y los crímenes pasionales, ahora llamados violencia de género).
Luego me vi El castillo de Dragonwick, que es un desbarajuste de guión, con el protagonista saltando de aristócrata obsesionado por su status y ancestros a drogadicto protonietzscheano, y con personajes claves que desaparecen sin mayor explicación. La primera película de Mankiewicz es un melodrama gótico acerca de una sencilla joven de pueblo que acaba en la mansión de su misterioso y atormentado (y rico) primo, del que se enamora románticamente y del que es la última en enterarse de que no es trigo limpio. Realizada el mismo año que Rebeca, no aguanta comparación con ésta salvo por el hecho de que aquí la joven sí tiene familia, que resulta estar presidida por un fundamentalista puritano. Lo que resulta curioso es que, en esta película, la radicalidad política viene de la mano de un compromiso religioso extremo: el padre es un fanático de la igualdad, mientras que el aristócrata es abiertamente ateo e individualista. El "bueno" de Dragonwick resulta ser el médico rojo que consigue movilizar socialmente a los explotados granjeros que no pueden poseer las tierras que labran desde siempre. Eran los principios de los cuarenta, no muchos años después un guión como éste hubiera resultado más que sospechoso.
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