jueves, 10 de septiembre de 2009

La inevitable levedad de la transgresión



Comienzo esta entrada por el fin de semana pasado, en el que me vi Piel de asno, una demostración de que incluso alguien tan "auténtico" como Demy tuvo que plegarse a los aires desmitificadores de la época. La película se toma en serio, desde luego, el cuento de Perrault, pero parece que va de suyo que algún rollito transgresor había que meter, como el lado ligón del hada madrina o el helicóptero en el que aparecen el rey y su novia al final del film; nada que moleste mucho (lejos de la infamia ignominiosa/ignominia infame de la saga Shreck, por ejemplo) pero que viene a demostrar el axioma de partida de este blog de que toda variación perversa es más blanda que la norma de la que se aparta, axioma que tomo de Freud, para que no se diga que me invento las cosas. Chorraditas aparte, Piel de asno es un éxito en su aproximación al universo del cuento de hadas y un festín para la vista, atrapada por esos efectos especiales de la época predigital, cuando las cosas todavía tenían peso en la pantalla.
El referente obvio de este film es, por supuesto, la adaptación que Cocteau hizo de La Bella y La Bestia en el 46, pero que preparó bajo la ocupación alemana. Me encontré con este film también en el material extra de La banda de las cuatro; al parecer uno de las razones por las que Rivette se hizo director fue por la lectura del diario de rodaje de esta película, de la que tenía un vago recuerdo de un pase televisivo.



Me fui al Instituto Francés con la esperanza de encontrar ese diario, pero lo que me encontré fue la película y el Journal escrito por Cocteau bajo la ocupación. La Bella y La Bestia me la vi anoche, y resultó ser lo que recordaba, una adaptación bastante fiel del cuento de Madame de Leprince Beaumont con una escenografía desmelenada, nunca mejor dicho. Las escenas de Bestia y Bella son estupendas, con ese gatazo que encarna el paso de la pulsión al deseo articulado, las escenas de la familia tienen un tono cómico que le van bien a la historia, y la metamorfosis final del bicho en príncipe es un desastre absoluto, y Cocteau debía de ser consciente de ello.
El Journal son más de 600 páginas que no me voy a leer, pero como tiene índice onomástico me fui a buscar las entradas de Junger, que se ve que le pirraba al escritor, esos alemanes tan cultos y refinados y francófonos a los que podía ilustrar sobre los pasadizos más recónditos y refinados de la literatura francesa. También habla de Bresson y su colaboración en el guión de Las damas del Bosque de Boulogne, cuyos diálogos escribió, comenta lo difícil de rodar cine en esos tiempos, con los americanos recién aterrizados y arramblando con la bobinas de película virgen más en condiciones. El resto deben de ser reuniones y veladas y cafés y ensayos y preparaciones, un diario con un punto obsceno.



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