Valga como ejemplo la despedida en la estación: en un sólo plano la cámara acompaña a los protagonistas, él se sube a su vagón, rumbo al acuartelamiento de su regimiento, con el que partirá a una Argelia en ese momento en plena ebullición independentista. El tren se pone en marcha y la cámara con él, la figura de Genevieve se va haciendo cada vez más pequeña, al final el tren también sale de campo y lo que queda es un gran espacio gris y desolado.
Los paraguas de Cherburgo es una de las grandes películas que se han hecho sobre el primer amor, ese momento en que uno cree recuperar el esplendor imaginario de la imposible imago primordial, y cuyo desmoronamiento deja ese espacio arrasado de la pérdida y separación. Los dos protagonistas deben conformarse con una pálida copia de su objeto de deseo, si bien Demy tiene cuidado en elegir a sendas parejas más que presentables (el hombre acaudalado que no duda en convertirse en el padre de un niño que no es suyo, la joven que cuida infatigablemente de la madre/tía del protagonista mientras éste está en Argelia; al fin y al cabo las parejas "elegidas" desde el principio por las respectivas madres -ya que aquí no hay padres para los protagonistas-).
Sabemos por el psicoanálisis y por Hitchcock que el espacio del objeto absoluto es inhabitable y aniquilador para el sujeto, pero que su pérdida deja un vacío que nunca vuelve a ser ocupado plenamente por otra persona ( lo más parecido a esa plenitud es, precisamente, la fascinación del primer amor, antes del encuentro sexual, que también aparece en la película). La vida "adulta" se desarrolla en ese mundo vacío en el que uno acepta la limitación del otro, una de las razones por las que tenemos a menudo esa sensación de vivir "exiliados". En este sentido podemos considerar que Los paraguas de Cherburgo tiene un tristísimo final feliz: la vida es así, y tenemos suerte de que demy lo cuente de manera tan hermosa.
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