Hoy es el primer día del año en que salgo a la calle en manga corta.
Encuentro un asiento libre en el metro. Según viaje de pie o sentado leo un libro u otro. Suelo llevar dos o tres libros en la cartera, para leer según las circunstancias. Hoy me he sentado y me he enfrascado en la lectura del Dietario voluble. Estoy a comienzos del año 2007, en el que, al parecer, Barcelona disfrutó de un invierno primaveral.
Da la impresión de que Vila-Matas se ha inventado un narrador que, aunque tiene muchísimos rasgos similares y vivencias casi calcadas a las suyas, mantiene una pequeña brecha con su persona, como en North by northwest, donde está el lugar vacío del personaje ficticio Kaplan, y el cuerpo de Cary Grant que acaba ocupando torpemente ese lugar.
Dietario voluble participa de esa idea contemporánea de que la aventura ya es imposible, y sólo nos queda la literatura (la evocación). Pero esta idea, a menudo declinada en clave melancólica, aquí es una impresión festiva: menos mal que ya se ha acabado la época tediosa de la acción y podemos entregarnos al infinito placer de la lectura (bueno, también es probable que esa interpretación no esté en el libro sino que la ponga yo). No es descartable, en cualquier caso, que esa impresión haya acompañado siempre a la literatura, y que ya los griegos estuvieran convencidos de que Homero cerró la época de los héroes y ellos ya sólo tenían que dedicarse a leer hexámetros (o pensemos en los judíos, que en cuanto pudieron le dieron carpetazo a la Biblia y acotaron el canon, y se dedican desde entonces a comentar infinitamente cada letra ).
Como se ve, el libro de V-M se presta a innúmeras reflexiones.
Cuando llego a mi estación de destino y me levanto del asiento me encuentro con una chica que se parece a las heroínas de los fascinantes cortos eróticos de animación 3D de Umemaro (con más ropa que en la foto, claro).
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