sábado, 10 de abril de 2010

Japón, año cero





Al detective novato Murakami (un joven, frágil y guapísimo Toshiro Mifune) le roban la pistola en un autobús. Fracasa en su intento de coger al ratero (el pobre Mifune se pasa media película corriendo por todo tipo de laberintos) y amenaza con hundirse en la desesperación. Afortunadamente, en El perro rabioso (Nora Uni, 1949, una de las primeras películas como director -y guionista- de Kurosawa) hay figuras paternas que le echan una mano. Primero le guían hacia una mujer madura que le dirige a una inmersión en los infiernos (los bajos fondos del Tokio de la posguerra) de los que emerge listo para la recuperación de su arma/fetiche. Para este segundo periplo, cuenta con la supervisión del detective Sato, experimentado policía que le enseñará a calmar sus pulsiones y afrontar sus tormentos.


Como en otros relatos de temática similar, Murakami irá descubriendo sorprendentes similitides entre él y el nuevo poseedor de su arma, que se muestra como su doble demoníaco, el Mr. Hyde en el que podría haberse convertido si alguien no le hubiera encaminado hacia la aceptación y defensa de la Ley. Si bien en un principio todo apunta a que nos vamos a encontrar con un relato de iniciación sexual (la pérdida del falo/pistola, la recuperación y el uso adecuado de la misma), y en cierta manera la película no desmiente esta lectura (a lo largo del film Murakami se encuentra con diferentes mujeres de todo tipo, mientras que su doble utiliza su arma principalmente contra ellas en prograsión violenta), finalmente El perro rabioso apunta más bien a la tentación "diabólica" a la que Japón se había entregado y que debía de seguir presente en el ambiente, esa locura en que se mezclaban el militarismo, el nacionalismo y el racismo.





Frente a esa estéril psicosis masculina, el detective/padre Sato muestra a Murakami la (ardua) vía de la familia (Sato tiene tres hijos, como yo, lo que me lo hace automáticamente simpático); aunque, al final, como es de rigor, Murakami tiene que afrontar solo el duelo definitivo.


Primavera tardía (Bashun) es mi película favorita de Ozu; rodada también en el 49, aquí el héroe paterno debe evitar la tentación de su hija de entregarse al esimismamiento narcisista, lo que supone por su parte, claro, renunciar a sus impulsos incestuosos. Aquí el precio que paga el padre por conseguir que el tiempo no se detenga y las generaciones continúen es la soledad.


Imagino que Japón continuó con su industria cinematográfica durante la guerra, si no es imposible entender que se realizaran películas tan complejas (a todos los niveles) en fecha tan cercana a su finalización. Por lo que veo, el cine se echó encima la tarea de volver a poner en marcha a un país que se había entregado a los demonios (como también ocurrió en Italia).

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