viernes, 2 de abril de 2010

Torrente


"El año pasado, en Marienbad, tuve ocasión de apoderarme de una correspondencia erótica del máximo interés político, la que escribió para mí mismo la señora Bambarandaina, la jefa de gobierno de un país oriental que había ido a tomar las aguas y a preparar, de paso, un golpe de Estado de evidente color autoritario en el que actuaba de acuerdo con los Estados Unidos."
Fragmentos de Apocalipsis, Gonzalo Torrente Ballester
Hacía décadas que no leía a Torrente Ballester, que en mi adolescencia me tuvo ocupado durante muchas horas de gratificante lectura y de no menos gratificante conversación con mis amigos lectores (porque hace 25 años no hacía falta buscar compañeros de aficiones literarias en la red, era normal que algún colega de clase o del barrio también leyera compulsivamente, que es como hay que leer en la adolescencia). Una entrada del blog de Ramón Buenaventura me ha animado a leer Fragmentos de Apocalipsis (que no había leído), el diario de un escritor que se va encontrando personajes de una geografía ficticia, aunque claramente gallega, que esperan que se cumpla una profecía que data de 1000 años atrás y por la que un rey vikingo arrasará la ciudad por la que se mueven, ciudad que en su día rechazó una invasión del susodicho rey nórdico planeada para hacerse con los favores de una doncella de belleza mítica, también pretendida por el arzobispo de la diócesis. Del escritor en seguida sabemos que está loco, aquejado de delirios megalómanos en los que se cree un super espía que despista a todas las agencias internacionales (o a todas las corrientes de interpretación literaria), y que se dedica a la metaliteratura más despiporrante, detallando de qué conocidos saca los rasgos que asigna a cada personaje.
Torrente Ballester me recuerda a Pynchon, pero en bueno: es más divertido, más imaginativo, más brillante, más humilde, más bondadoso. Es cierto que de Torrente sí hay fotos y daba entrevistas, pero en su día fue falangista, lo que le dota de un aura demoníaca de la que Pynchon carece, y que en Francia, donde se pirran por sus autores reaccionarios, desde Maistre hasta Céline, le hubiera valido ya por los menos la entrada en la Biblioteca de la Pleiade, que es lo más parecido a la inmortalidad literaria que nuestros vecinos del Norte han inventado.

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