No había vuelto a ver Zelig desde su estreno, hace más de 25 años. La recordaba como un empeño brillante y trabajoso de Allen por construirse (o mantener) una reputación de autor "serio". Por lo que he visto hoy, el tiempo ha trabajado a favor del film en todas sus facetas: con el falso documental como uno de los géneros más transitados en las últimas décadas y el uso descontextualizado de material antiguo como una práctica asentada en la vanguardia audiovisual, Zelig pierde su aire de artefacto pretencioso y gana en sorprendente ligereza, apareciendo como una divertidísima comedia llena de amor por una época (los años 20) en la que Allen se puede mostrar abiertamente, como cuando se describe a su presonaje como alguien que podría pasar por psicoanalista por la soltura con que maneja la jerga, pero cuyas palabras no tienen sentido.
Aunque va de suyo que Zelig/Allen es judío, la película explora esa característica "universal" del judío, ese punto de alienación que le acompaña y que, paradójicamente, le permite metamorfosearse en cualquier identidad. La gracia es que, cuando se busca la "verdadera" identidad de Zelig/Allen/El Judío, cuando el personaje abandona esa danza de disfraces, como en el caso del "Yo" de Hume, no se encuentra nada, Zelig es una persona mediocre, un puñado de prejuicios y traumas.
Siendo una bonita historia de amor, la visión de la película hoy se ve contaminada por el final de la pareja Farrow/Allen, lo que le da una pátina melancólica, aunque queda esa imagen subversiva en que la pareja se reencuentra en el famoso encuentro nazi en Munich, arruinando el discurso de Hitler, sirempre queda la esperanza de que el amor redima la historia.
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