Me he visto casi en programa doble Toy story 3 y Transformers 2 (con lo que desmiento esa fama que tengo entre los amigos de ver sólo pelis de Straub y Tropical malady en un sin fin), que vienen a hablar de lo mismo pero desde ópticas complatemente opuestas, esto es, de la construcción del inconsciente a través de los relatos. Bueno, en el caso de Transformers más bien habría que hablar de la espectacularizagión de la narrativa una vez que el relato ha sido aniquilado, o dicho de otra manera, a menos chicha, más porrazos. El género este de la destrucción apocalíptica a cascoporro tiene sus días contados, a menos en el cine, dado lo costosísismo que es y los magros resultados que cosecha últimamente, y es que resulta obvio que su hábitat natural es el videojuego, ese diabólico artefacto potencialmente infinito, no como las películas, que las pobres se tienen que acabar, para desesperación de magalómanos como Bay o Cameron, a los que se les nota que se pasarían la vida destrozando cacharros. Para acabar con esta extraña historia de máquinas alienígenas que en una secuencia tienen armamento supersofisticadísimo, y en la sigueinte se lían a espadazos cual macroarmaduras medievales, constatar una vez más que Michael Bay es incapaz de filmar el cuerpo femenino: aquí la heroína parece permanentemente una modelo publicitaria, aunque salga del baño de su casa por la mañana, y encima no se le ocurre otra cosa que ponerle unos vaqueros en la secuencia de las explosiones, con lo bien que habría lucido entre ruinas (o entre negrazos de milicias filonazis) con las minfaldas de impresión que se gasta en el resto del metraje.
Lasseter ha comandado la contrarreforma contra la disolución del relato contemporáneo, especialmente en el cine para niños, y dentro del corpus pixarista le cabe a la serie de Toy story la gloria de haber devenido el manifiesto teórico que más explícitamente ha articulado sus intenciones. Toy story 3 es probablemente la obra maestra del grupo, si bien la melancolía que la recorre tal vez sea producto de las contradicciones insalvables que la fundan, empezando por lo más básico, esa reivindicación de la imaginación realizada con una técnica hiperrealista totalitaria, y terminando con la aceptación de la imposibilidad de construir un imaginario colectivo a través de los relatos populares: los famosos juguetes fracasan en su intento de sobrevivir en una guardería, aplastados por la pulsión incontrolable de los niños que la habitan, incapaces de transformarla en una vía articulada de pertenencia al mundo; el último servicio que les rinde su dueño, el niño al que han ayudado a crecer, es donarlos a una niña (curiosa elección: ¿qué hará una niña con juguetes masculinos?¿Píxar ha caído en la trampa de la correción política que condena la diferencia sexual -como podría indicar el que, al final, también se haya rendido al personaje de la doncella fálica en su último producto, Brave-?¿o son las niñas la última esperanza de supervivencia de un inconsciente en Occidente -abducidos los varones por esos pseudorrelatos que les ofrece la playstation?), curiosa manera de certificar la muerte definitiva del ámbito público en nuestra cultura.
2 comentarios:
Enviales a leer el blog, y sabrán que el verdadero tema no es Straub, si no el goce femenino, y su posibilidad o imposibilidad. Coñas al margen, tan ameno y divertido como siempre.
Pues efectivamente, había una entrada alternativa en la que se explicaba como la hipertrofia de los transformers era una evidente compensación a la imposibilidad de que el merluzo del Shia Labeouf le hiciera ni siquiera cosquillas al pedazo de rubia que le han puesto de partenaire. pero se cruzó Toy story y la entrada cambió. En realidad, lo que quería contar es que toda la serie viene a ser como el comienzo de TS 3, esa mezcla de géneros que configuran en la imaginación del niño un conato de relato bastante delirante a partir de los juguetes que tiene, aunque comparado con lo que M. Bay acaba montando casi se puede considerar un ejemplo paradigmático de realismo social.
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