Este extraordinario plano de El bosque del luto parece condensar la concepción de Naomi Kawase del ser humano y su relación con la civilización y la naturaleza. Compositivamente dividido en dos, en la mitad inferior vemos a dos diminutas figuras (los protagonistas absolutos del film: Machiko, una mujer aniquilada por la muerte accidental de su hijo, y Shigeki, un hombre mayor que parece todavía afectado por la muerte de su mujer 33 años atrás) jugando al escondite en una especie de laberinto que manifiesta el mayor grado posible de intervención humana en el reino vegetal. Encima, algo más oscura, una profusa arboleda que pertenece al mismo reino pero en su vertiente opuesta, una proliferación caótica de lo real. En la relación entre estos dos polos opuestos de la naturaleza se juega la posibilidad de sentido para el ser humano: si bien sólo puede habitar en un entorno domesticado, la pareja protagonista tendrá que adentrarse en la segunda parte del film en ese bosque progresivamente inhumano en una peregrinación coloreada tanto con los matices de lo sagrado como del delirio y de la locura para poder aceptar el lado más doloroso de la existencia humana.
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