miércoles, 29 de abril de 2015

Los hijos muertos



   Un judío guatemalteco anda perdido por Harlem buscando el edificio donde una mujer toca jazz todos los domingos desde la muerte de su hijo cuando otra mujer (la piel de su rostro era de un negro profundo y perfecto y a lo mejor aun terso) se le acerca para guiarle hasta su destino. La anécdota probablemente sea cierta, y Eduardo Halfon diera con la casa donde Marjorie Eliot vive e interpreta jazz (el 555 de Edgecombe Avenue) desde 1992 gracias a una piadosa guía, pero la tonalidad del relato (Sobrevivir los domingos, aparecido en el número de Quimera de marzo y de próxima publicación en Libros del Asteroide) tiene algo de fantastique: los conocimientos que la acompañante va desgranando durante el paseo la van tiñendo de un aura angelical, confirmada por el hecho de que vive en el mismo edificio que Marjorie: cuando lo deja en la antesala del concierto ella sigue "hasta el último piso"; la despedida en que juntan sus manos "cada cual en su lado de las puertas" sugiere órdenes de realidad diferentes.


   Otra de las razones para esta interpretación "maravillosa" (aunque el cuento nunca abandone las coordenadas realistas) es el recuerdo que despierta en el lector de uno de los relatos más conocidos de Kipling, El jardinero, en el que Helen Turrell pierde a su hijo natural (al que siempre ha hecho pasar socialmente por su sobrino) en la Primera Guerra Mundial; cuando visita el cementerio donde está su tumba se siente abrumada ante su inmensidad e incapaz de encontrar sus restos, por lo que pregunta a un jardinero por su ubicación. Éste le pide que lo siga. 

"Venga conmigo-dijo-. Le mostraré donde está su hijo"

La fuerza devastadora y heroica de una madre por su hijo muerto (Halfon) ha provocado un milagro, pero Helen Turrell no será consciente de ello. 





   

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