domingo, 30 de diciembre de 2007
Tribulaciones de un ayudante de producción en TVE-1er capítulo
Un Straub y un Begrman de una tacada!
viernes, 28 de diciembre de 2007
Expiación, o la metaliteratura para masas
Últimos días de Días de Cine
domingo, 23 de diciembre de 2007
El silencio según bach
El día en que volví a ser cámara
Hay retransmisiones que son extremadamente sencillas, como la de este fin de semana en Alcobendas. Pero hay mil maneras de que algo se complique, y más cuando hay un par de docenas de trabajadores de TVE implicados, y además un domingo por la mañana.
Así que no había salido del metro cuando Cristina me llamó para decirme que un cámara había tenido un accidente y que probablemente no iba a llegar. Lo siguiente que me dijo es que se había ido a urgencias porque se le había hinchado un ojo del golpe con el airbag. Así que llegué a la iglesia y se lo conté al realizador, que decidió dejar la cámara que llevaba el angular en general, sin que los cámaras se opusieran. Pero hablando con Cristina de nuevo me dijo que lo podía hacer yo, y como a ella le pareció bien, y nadie puso pegas, e incluso hizo cierta gracia, me subí a la cámara y me hice la misa, lo que me ha servido para reafirmarme en el acierto que supuso pasarme a producción, porque ha sido un auténtico tostón.
Y como todos tiramos a supersticiosos, aunque no lo reconozcamos (o podríamos decir que nuestra mente tiende compulsivamente y por naturaleza a tender relaciones de cuasa-efecto entre todos los fenómenos), cuando me han contado que uno de los conductores de los tropecientos vehículos que llevamos a las retransmisiones no ha podido ir porque le habían parado en un control de alcoholemia y le habían inmovilizado el vehículo, me he asustado pensando que algo estaba ocurriendo y que la cosa se podía poner complicada.
Aunque marrón el que tenían en la Misa Evangelista, que retransmiten en directo esta tarde, sin que nadie se haya tomado la molestia de transmitírselo a emisiones, con lo que noy hueco en la parrilla.
lunes, 17 de diciembre de 2007
domingo, 16 de diciembre de 2007
Diarios de una nanny
sábado, 15 de diciembre de 2007
Imágenes de Estella
miércoles, 12 de diciembre de 2007
Viaje a Estella
Camino de Estella nos fuimos, a rodar el reportaje de la misa que retransmitiremos en enero. Recordaba vagamente la zona de cuando hace casi 20 años me hice el camino de Santiago en solitario (empecé en Jaca y me rendí en Sahún, donde encontré un Talgo que me devolvió a Madrid. Muchos años después me hice el tramo de Ponferrada a Santiago).
Esperamos un rato a que habrán la caja para cobrar las dietas, pero como el sistema no acaba de arrancar nos vamos, yo con 50 € en el bolsillo. Aparte de Víctor nos metemos en la mini-bús Dolores (la realizadora) y Jesús Navarro, el operador de sonido, cuya forma de hablar siempre me ha hecho mucha gracia. Jesús nos contará por el camino el curioso destino del Azor, el yate de recreo de Franco. Ahora anda emplazado en un motel pegado a la carretera entre Lerma y Burgos. Como tenemos tiempo de sobra nos paramos a echarle un vistazo. Está plantado en una especie de plazoleta, con pinta de abandonado, inundada la cubierta de cemento, con la pintura descascarillada. El motel que se encuentra tras él (el motel Azor) tiene también un aspecto bastante desastrado, y parece el escenario ideal de crímenes sórdidos y truculentos. Sólo un coche se ve junto a la fila de habitaciones, lo que acentúa el aspecto de abandono del entorno. También hay un mesón, amplio y decorado con utillería campestre, hoces, guadañas, cosas de ese tipo. Ni rastro de imaginería franquista. Da la impresión de que el que ideó el traslado del barco al páramo castellano se arrepintió en seguida. En el mesón no hay ningún cliente, y los camareros están almorzando cuando llegamos. Nos tomamos unas cervezas en la barra, sumamos una pequeña anécdota a nuestro listado de experiencias de la España profunda y seguimos la marcha. Decidimos comer entre Burgos y Logroño. Como parece no ser una zona precisamente sembrada de restaurantes de carrtera cogemos un desvío al azar y nos metemos en un pueblo llamado Cenicero, más grande de lo que parece a primera vista parece, y plagado de bodegas y con un hotel de 4 estrellas cerca de la plaza, lo que parece un indicio de prosperidad económica. Un lugareño nos encamina hacia el restaurante Olano, donde por 10 € nos metemos entre pecho y espalda unas judías rojas estupendas (llamadas carrajones, término que nadie en la mesa había oído en la vida) y un filete de atún a su altura. Llamo a Cultura del TD para que me digan a qué hora aparecen las medallas de Bellas Artes en el Telediario; como nadie me coge el teléfono le mando un sms a José Fernández, que me contesta que no está en la tele y no tiene ni idea del minutado. Antes del postre me levanto a ver la tele (que no está en el comedor, algo que en cualquier otra circunstancia me hubiese alegrado sobremanera, sino en el bar), y previo a la pieza de las medallas veo una noticia sobre protección a la infancia y a la juventud de los peligros del acoso y la pornografía en internet y los móviles, y otra sobre el cambio de la guardia real en el palacio también real, espectáculo que al parecer alguien cree va a congregar a las masas turísticas, aunque para el reportaje de hoy sólo parecen haber conseguido totales de un par de inmigrantes despistados. En la esperada pieza se ve a los príncipes de Asturias avanzar entre una masa indiscernible de gente, mientras Ana Blanco cita a Versión Española. Como el redactor que ha montado la pieza no debe de tener muy claro quién ha recogido el premio, salen varias premiadas, un plano general de los galardonados en que no reconozco a nadie y en seguida se pasa a otra cosa. Me tomo unas natillas de postre, invito a Víctor a comer y al hotel, que es feo y amplio y cómodo. Desde el enorme ventanal que hay en mi habitación se ven unas preciosas montañas encendidas por la luz del atardecer, y un mar de adosados con pinta de prefabricados que en una cultura sana hubieran supuesto la muerte por lapidación de todos los responsables del engendro. Hemos quedado a las siete para reconocer el terreno y ver la iglesia, y mientras espero en la habitación me llama Gasset, con el que hablo del Festival de Berlín y de su jubilación, y del cretino de Míchel.
sábado, 8 de diciembre de 2007
Arma letal
Arma fatal es una comedia que concitará las simpatías de los que (como yo) detestan el idílico imaginario rural, desde luego mucho más presente en el inconsciente británico que en el español, donde la memez del turismo rural es de reciente implantación, y donde hasta no hace mucho se despreciaba el pueblo como fermento de todos los prejuicios, supersticiones y atrasos. El caso es que en esta película un policía municipal eficaz hasta la exasperación (de sus jefes y compañeros) es castigado con un destino en el más aburrido y ejemplar de los pueblos británicos, donde su estricto rigor chocará frontalmente con el savoir vivre de los plácidos lugareños, y apenas le dará para enfrentarse a la psicopatía universalmente extendida por el idílico entorno. En su juego con los estereotipos y con las referencias a mansalva la película muestra el origen televisivo de sus autores, que ya habían mostrado maneras en Zombies party, una película con un inicio muy ingenioso, un espectacular plano secuencia en que el protagonista (el mismo que el de la presente película) hacía su recorrido matutino por los habituales lugares del barrio sin que se percatase de que la mitad de las personas con las que se cruzaba se habían convertido en zombies, aunque el ingenio no le daba para sostener toda la película, y algo parecido le ocurre a Arma fatal, aunque aquí el guión tiene más vueltas y se curran al final un tiroteo a lo Tony Scout realmente logrado. En cierto sentido, la película parece el desarrollo de un estupendo corto de Mike Figgis (creo) en que un aristócrata va desgranando la consabida letanía acerca de la decadencia de los tiempos para terminar confesando que se ha visto obligado a asesinar a toda su familia para mantener los valores eternos asociados a su clase.
viernes, 7 de diciembre de 2007
2666
jueves, 6 de diciembre de 2007
El día en que comí en el Burger King
domingo, 2 de diciembre de 2007
Viaja a Arroyomolinos
Pero sé que todo el fin de semana va a ser igual, que todas las retransmisiones van a ser igual, que todas las conversaciones van a ser la misma conversación, con ínfimas modulaciones que incluyen la última anécdota, la última putada. Yo también pienso que las cosas van mal en la tele, y que se van a poner peor, pero lo de este finde no es para abrirse las venas. O tal vez sí. Me llama Cristina para decirme que se ha muerto la suegra de uno de los cámaras que iba a Mérida. El que lo sustituye no quiere hotel, pero la habitación no se puede anular (se puede, pero te la cobran igual). Al final accede, sin demasiados problemas porque hay un kilometraje extra que a la postre es casi lo mismo que el tanto por ciento que te ahorras por darte el madrugón o dormir en un camastro. Ahora hay que conseguir que todos los firmantes estampen su nombre en la modificación antes de que cierren la caja. Las tres primeras firmas no dan problemas, pero Diana está ocupadísima de reunión en reunión: la semana que viene no está y temerá que la tele se venga abajo sin su presencia. Les dejo una fotocopia de la dieta firmada hasta el estamento más alto alcanzado, para que la vayan agilizando, por si se ablandan y la pasan así, y nos vamos mientras rezo para que la dieta esté o Ramón (el cámara sustituto) no se tome la molestia de pasarse por caja, habida cuenta de que hemos cobrado y tampoco le hace falta mucho dinero para una noche.
Paramos a las dos a comer, Sobrino elige el sitio. Según nos sentamos me huele que nos van a clavar. Nos ofrecen un cabrito recién sacado del horno, un lechal buenísimo, aceptamos una fuente central con cabrito y cochinillo. Calculo 40 € por cabeza. Acierto. Jesús se había comprometido a invitarnos, y lo hace, aunque intento compartir gastos. Me comenta a la salida que la comida estaba muy buena, pero que había preguntado si tenían menú del día, y se habían hecho los suecos, y posteriormente, a la mesa de al lado, sí se lo han ofrecido.
Jesús tiene ganas de ver una ermita del siglo VII (o tal vez VIII, hay disputas en la comarca entre los eruditos locales), así que nos vamos para allá. Nos pilla casi de camino. Resulta que el pueblo donde se encuentra alberga a un amigo y compatriota de nuestro auxiliar de montaje, rumano él. La ermita está muy bien, tal vez demasiado restaurada (hay unos mármoles impolutos que tal vez durante el esplendor originario armonizaban con el conjunto, pero que ahora, entre cascotes, resulta extravagante), rodeada de naranjos. Salgo de la minibús y tengo la impresión de que no he respirado un aire tan limpio en meses. El viento es frío, pero todavía no molesta. El sol se está poniendo, pero todavía da para iluminar el amplio valle que se ve ladera abajo. La ermita tiene adosada un centro de interpretación, con una maqueta y un vídeo explicativo, y un lugareño que muestra una entrañable admiración por la erudición, y al que casi se le saltan las lágrimas cuando habla de la romería de catedráticos de toda laya que acuden a soltar teorías a mogollón acerca del templo (la que más entusiasmo le produce es la que asigna al lugar un temprano culto a una diosa romana, cuyo nombre pronuncia con perversa sensualidad). Aparece el colega de nuestro mozo, colega que en cualquier película interpretaría con solvencia el papel de asesino a sueldo extremadamente profesional. Mientras vemos el vídeo nos llaman los conductores. Aunque habíamos quedado a las ocho (y son las seis), ya han llegado al Centro Territorial, donde les había pedido que soltaran los camiones. Les digo que en media hora estamos ahí, no sé por qué, ya que es evidente que antes de una hora no vamos a llegar. Nos despedimos del entusiasta pedagogo y ponemos rumbo a Mérida. No tardamos demasiado, pero damos bastantes vueltas hasta que nos enteramos de cómo se entra al parador. Soltamos a Jesús y a Lucien (el rumano) y acompaño a Víctor al Centro a recoger a sus colegas, más que nada para que no lo linchen. Vuelve a hacerse un lío con el GPS hasta que damos con una calle buena. Resulta que los conductores llevan en la calle una hora, nadie les ha dicho que esperen dentro. Todo se resuelve rápido, porque dos de ellos se hospedan en el NH (se han venido con las respectivas mujeres, rasgo de refinamiento que les honra), y el resto, tal vez reconcomidos por la envidia, deciden quedarse en el NH en habitaciones dobles tras apañar un precio aceptable (60 €). Víctor me trae al Parador, que es precioso, y tiene WiFi, y llego a la habitación contento de haber sobrevivido a otro día, aunque ligeramente preocupado porque no ha llegado casi nadie. Enciendo el ordenador y compruebo que el wifi no funciona, o no llega hasta estos extremos del hotel. Pienso que tal vez en el bar tanga conexión, y al final llego a la conclusión de que el problema está en el ordenador. Así que decido irme a la cama, que mañana será otro día.
Como siempre que duermo en un hotel, me despierto a media noche, y me desvelo. Me incorporo y enciendo la tele. Debe de ser pronto porque ponen la porno en el plus, y un espanto de Keanu Reaves, y una de las tres partes de los anillos. Me canso en seguida de la porno (me parece ridículo que los tíos siempre se corran en la boca de sus partenaires), y aún antes de la de Keanu Reaves, un rollo fantástico-paranoico rodado de una manera muy efectista y ampulosa. La de los anillos ni me lo planteo. Apago de nuevo la luz, y funciona, porque abro los ojos a las seis y media, y bastante descansado. Me levanto, leo un rato, a las siete y media abren el comedor; bajo a desayunar. Soy el primero, una camarera que da la impresión de llevar treinta años en el Parador (como el resto del personal) está terminando de poner la comida. Es algo ruda en su familiaridad. Tengo hambre y me lleno el plato de grasas y calorías. Espero que fuera haga frío y queme lasmigas y el picadillo y el lomo y el jamón y los dulces de manteca que me sirvo. Van apareciendo compañeros. A las nueve y media salimos para Arroyomolinos; los camiones han salido con anterioridad y nos llevan ventaja. Me hubiese gustado llegar antes que ellos al pueblo, pero no va a ser posible. Llegamos y los camiones están ya colocados, sólo queda el grupo electrógeno, el más grande, que tampoco tiene problemas para colocarse. Una vez que están los los camiones colocados, todo es fácil. Empieza el montaje, todo el mundo sabe lo que tiene que hacer. Hay que estar atento por si alguien necesita a alguien que no conoce, pero puedo ir a tomar un café. Lo único es que los de sonido no aparecen. A las once y cuarto empiezo a preocuparme. Cuando voy a llamar a Andrés aparecen, les habían citado a las doce, refunfuñan porque el día anterior se habían enterado de que les obligaban a coger hotel (en realidad les obligaba yo). Una vez que sé que están, deja de interesarme cualquier opinión relacionada con el tema. Ya sé que la Misa se va a retransmitir sin problema, una sensación que surge siempre en un momento dado de cada retransmisión. Lo que venga después serán pequeños inconvenientes, roces, discusiones, pero el trabajo está salvado (por ejemplo, Sobrino se molesta con el jefe de la Unidad –Espinosa- porque no le permite ver el reportaje sobre el pueblo con el alcalde antes de que se terminen las pruebas. En venganza, Jesús no piensa citar a Espinosa en la Misa de mañana, a pesar de que es la última retransmisión que éste va a hacer antes de jubilarse, en lo que coincide con Maxi, el grupista, y, evidentemente, con Agustín, el regidor, en cuyo honor se celebra esta Misa en Arroyomolinos, su pueblo natal).
Terminamos el montaje y nos acercamos a la churrería del Primo de Agustín, que supuestamente nos tiene preparado un almuerzo. Supuestamente porque ha entendido mal y pensaba darlo el domingo. Pero es lomo y jamón y queso y tortillas, todo material que se prepara en minutos, y allí va la horda televisiva, feliz como siempre de comer de gorra y ser invitada (hecho este que considera parte de sus derechos y privilegios irrenunciables) y ahorrarse así unas pelillas. Al rato de comer jamón y carne en salsa me aburro y me doy una vuelta por el pueblo. Al poco nos volvemos a Mérida, yo con Joaquín, que por el camino me cuenta que se acaba de separar (cosa que, no sé por qué, me barruntaba) y que lo está pasando bastante mal. Tras pasar por recepción y dejar las cosas en el parador nos vamos a ver el Museo romano, lleno de esculturas, mosaicos, monedas y todo tipo de cachivaches. Uno diría que a los romanos, de todas las virtudes, sólo les interesaba una idea mediocre de lo que es la dignidad. Cuestiones como el Bien, la Verdad o la Belleza debían de parecerles entretenimientos de segunda categoría que dejaron en manos de subordinados como los griegos o los judíos.