Si mal no recuerdo, La clase fue la última película que se proyectó en Cannes el año pasado, su recibimiento en el pase de prensa fue entusiástico y olió a premio desde que salimos de la sala, aunque yo pensé que se llevaría el del jurado. También ha entrado en las cinco seleccionadas a los Oscar a la mejor película extranjera que no esté hablada en inglés, junto con Vals con Bashir, que también se pasó en Cannes, también está comprada por Golem y también es estupenda.
Oficialmente dirigida por Cantet, La clase es un proyecto a cuatro manos, en el que el segundo pivote es François Bégaudeau, ex profesor y critico de cine que escribió un libro acerca de sus experiencias como profesor de instituto que es el punto de partida de la película, en la que ejerce casi de protagonista absoluto y director de escena.
Aunque el film se mueve en una estética de documental y la interpretación de los chavales (y los profesores) parece muy natural, una segunda visión permite apreciar que la estructura narrativa es bastante férrea. En el centro se coloca un conflicto irresoluble acerca de la ley: la aplicación de un castigo puede suponer la aniquilación de un sujeto, pero no aplicarlo puede hacer saltar el precario equilibrio, o los últimos restos de disciplina, que consiguen sostener el instituto como entramado social, conflicto que la sitúa del lado de la tragedia griega, el género occidental especializado en desarrollar las tensiones entre individuo y colectividad.
Y el tema que emerge de manera inevitable es el que recorre buena parte del cine francés contemporáneo: la imposibilidad de convertir la pulsión interior en un deseo articulado simbólicamente, o sea, mediado por el lenguaje: significativamente, las clases a las que asistimos son de lengua, y lo que vemos son los problemas que tienen los adolescentes para expresar emociones y sentimientos más allá de insultos y onomatopeyas, encerrados en su rechazo a un (registro del) idioma que perciben que pertenece al enemigo: los profesores, los blancos, los franceses. Vencidos dialécticamente por ese profesor a ratos bastante irritante, acaban estallando en explosiones de ira bastante destructiva. La película es bastante justa: los profesores “también” tienen problemas en ese sentido: para los alumnos son indestructibles, adultos acorazados, pero ellos también están a punto de derrumbarse, también están habitados por una pulsión siempre a punto de destruirlos y llevarse por delante todo el complejo sistema educativo tan trabajosamente construido en Occidente en los últimos siglos (se nos olvida que la educación gratuita y generalizada es un milagro rarísimo que puede desaparecer en cualquier momento).
Me llevé a mis dos hijos adolescentes (Quique, 16 años, Sara, 14) a ver la peli a los Golem (buena noticia: la sala estaba llena; mis hijos me preguntaron, asombrados, si alguna vez la había visto así, siempre que les había llevado se habían encontrado con veinte espectadores como mucho, hasta coincidmos con Susana), desde luego los acompañantes ideales: la película se prolongó en una animadísima charla en el metro en la que me bombardearon con anécdotas y opiniones (por ejemplo, no entendían la gravedad del acto de Suleimán; según mi hijo, abandonar la clase cabreado es casi una rutina en su instituto; por no hablar de lo marciano que les resulta el problema del tuteo a los profesores: Sara me contó como una excentricidad que uno de los suyos les exige tratarle de usted).
A la espera de que se traduzca el libro de Bégaudeau, el acompañamiento ideal para La clase es el artículo que Foster Wallace dedica en el último libro de reportajes que se ha publicado en España (Hablemos de langostas) acerca de sus experiencias como profesor de literatura y sus intentos por hacer comprender a alumnos fuertemente politizados (especialmente negros) la necesidad de conocer y manejar el inglés standard, no como una herramienta de dominación social, sino como un instrumento imprescindible para manejarse en muchos ámbitos, lo que no quita que, como también explica en otro ensayo, tan necesario sea para sobrevivir conocer todo tipo de niveles del idioma, y acertar en su área de aplicación.
1 comentario:
Desde luego, es imposible salir en Madrid un sábado por la noche e intentar ir de incógnito. La sala estaba abarrotada y además de con Enrique y sus hijos me crucé con Fernando Menchero.
La peli me gustó muchisimo. El ritmo y el ambiente de la clase me resultaron claustrofóbicos desde el principio, asique respiraba hondo cada vez que los sucesos dentro del aula se interrumpían para dar lugar a las pausas en la sala de profesores o en los recreos. Mis escasos conocimientos pedagógicos me impiden hacer una profunda reflexión acerca de nuestro sistema educativo, cuanto más del francés, pero aún así lo poco que se me hace pensar que la realidad se aproxima mucho a lo que nos muestra la película, y me parece muy serio y preocupante. La peli presenta ciertamente un futuro negativo e incierto, la afirmación que le hace una de las alumnas a su profesor de lengua el último día de clase es demoledora. Se plantea, si, el eterno problema de la disciplina, la aplicación de la ley y la rebelión en las aulas, pero con problemas añadidos como son el desconocimiento del lenguaje, el rechazo a la integración, la exaltación de la propia identidad, que los profesores tienen que combatir con armas tradicionales. Quedan al descubierto las carencias de un sistema educativo (público) que se desmorona.
Publicar un comentario