domingo, 24 de enero de 2010

Viendo Shoah I




El Círculo de Bellas Artes de Madrid está proyectando un ciclo de la obra de Lanzmann, y ayer le tocó el turno a su película más conocida, Shoah, cuya proyección ha sido dividida en dos partes (aunque han reservado un par de días para un pase de la obra íntegra). Como todo el mundo que ha oído hablar de la película sabe, Shoah dura más de nueve horas, aunque habitualmente su pase televisivo (y su edición en dvd) se divide en cuatro partes. Las cuatro horas y media de ayer se me hicieron agotadoras, y la mitad de los espectadores que había en la sala se marcharon en el intermedio. Cada vez que en los medios se habla del film se repite lo del monumento fílmico y todos esos tópicos que hacen sospechar que el periodista no se ha visto la película, y el propio Lanzmann no se queda atrás cuando habla de eso inmortal e irrepetible que hay en Shoah, unos elogios que suenan un pelín obscenos en boca del autor, pero que ayudan a convertir a esta película en algo inatacable y a cimentar el espacio que Lanzmann se ha creado para lanzar todo tipo de anatemas sobre cualquier otra obra que aborde el exterminio de los judíos, en cualquier caso siempre por debajo de su opus magnum (tal vez sus diatribas más conocidos son las que lanzó contra La lista de Schnidler, supongo que por la relevancia de Spielberg y por el prestigio que alcanzó la película, que a mí me parece apasionante por varias razones y fallida por otras)










De Lanzmann sólo había visto Sobibor previamente, un film con una estructura similar a Shoah pero más asequible (porque dura hora y media, también la pasan en el ciclo), en el que se reconstruye el famoso levantamiento del campo de exterminio a través de las declaraciones de los protagonistas. Sobibor fue desmantelado después de la rebelión, en el año 1943; en Shoah uno de los participantes recuerda que en el 44 no quedaban rastros del campo, uno de los leit motiv que recorren la película es la obsesión de los alemanes por borrar toda huella de la aniquilación. Casi todos los supervivientes formaban parte de las cuadrillas de trabajo necesarias para mantener en marcha la maquinaria, cuadrillas que eran a su vez aniquiladas cada pocas semanas (en algún caso al finalizar el día). Los nazis, antecedentes siniestros de la correción política, prohibían denominar a los cuerpos "cadáveres" o "muertos": el término obligatorio, nos cuenta un superviviente que tuvo que desenterrar a los asesinados, a los que en los inicios improvisados de la Solución Final enterraban, para hacerlos desaparecer más eficazmente, era "Figuren", o sea, muñeco o marioneta, aunque también podían llamarlos "trapos", lo que inmediatamente hace recordar la anécdota que cuenta Primo Levi, cuando su camisa fue usada de manera automática como trapo cuando su responsable en el laboratorio del campo donde estaba internado se manchó.




Shoah se articula a base de entrevistas. Primero se ocupa del espacio donde se encontraban los campos de exterminio. Lanzmann ofrece abundantes panorámicas de los hermosos paisajes centroeuropeos bañados por el sol, bucólicos ríos encuadrados por arboladas riberas. Algunos supervivientes se prestan a volver a esos espacios, señalan en el suelo donde se encontraban las dependencias. Luego pasamos al transporte, hay abundantes planos de trenes, ya que es conocido la función clave que el transporte ferriovario tuvo en el holocausto. Uno de los personajes más memorables de la película es el maquinista perennemente triste del tren que llegaba a Treblinka. A continuación asistimos a varias clases de como funcionaba la maquinaria desde el momento en que los judíos descendían en el campo, en muchos casos conscientes de lo que les esperaba (aunque, como comenta otro de los testigos, "el que quiere vivir está condenado a la esperanza").



Lanzmann consigue incluso que uno de los respnsables de un campo le explique minuciosamente el funcionamiento del mismo, en una larga entrevista grabada (supuestamente, aunque hay algo raro en la escena) con cámara oculta. Tras las habituales disculpas acerca del desconocimiento de lo que le esperaba, el personaje en cuestión se muestra bastante animado y didáctico, y hasta orgulloso de lo conseguido en uno de los campos más "artesanales", Chelmo, donde los judíos eran gaseados en camiones.
Otro de los platos fuertes de Shoah son las declaraciones de los polacos que vivían (y viven) cerca de los campos, como asistieron a la progresiva masacre con bastante indiferencia o con una lástima estereotipada. El director consigue que afloren los prejuicios que todavía anidan, aunque a mí me parece la parte más floja, y Lanzmann recurre a trucos que lo convierten en un proto Moore en versión francesa: a una mujer que confiesa que las judías eran muy guapas porque no trabajaban y traían de cabeza a los polacos le hace decir que ahora viven mejor que antaño, en otro momento coloca a un superviviente visiblemente incómodo que ahora reside en Israel entre sus antiguos conciudadanos (y a la puerta de la iglesia del pueblo donde va a salir una procesión) y empieza a preguntar la razón de lo que ocurrió, hasta que un individuo que se parece a los malos comunistas que sacaba Hitchcock en sus pelis, y que tiene toda la pinta de ser un cebo, se arranca con una historia demencial acerca de un rabino que, cuando iba a ser gaseado junto a su comunidad, se dirigió a ellos para explicarles que tal vez lo que les pasaba era un castigo... porque los judíos habían crucificado a Jesucristo 2000 años antes! De todos es sabido el enorme antisemitismo que anidaba en toda Centroeuropa (y hasta en Francia), y que dio lugar a una larga historia de deportaciones y progroms (recientemente leía en la estupenda Las salvajes muchachas del partido, de Covadlo, como decenas de miles de judíos centroeuropeos -entre ellos sus abuelos-emigraron a América, tanto del Norte como del Sur, alrededor del comienzo del siglo XX, huyendo de ese insoportable ambiente), pero los mecanismos que utiliza el director-entrevistador para que emerjan resultan bastante discutibles.
Esta primera mitad acababa con un documento demoledor, un informe técnico elaborado por una compañía industrial en el que se aconsejaba objetivamente las mejoras que se deberían introducir en los camiones para mejorar su rendimiento como cámaras de gas portátiles.
Esta tarde me veo la segunda parte.










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