"Casi con certeza que con estas palabras me consigo enemistades, lo cual es una prueba de que digo la verdad"
Apología de Sócrates, 24 a
Con esta chulería terminaba Sócrates la primera parte del primer discurso que dirigió a la asamblea que debía votar acerca de su culpabilidad, en el que es uno de los juicios más famosos de la historia. Por lo leído, en Atenas no había jueces ni fiscales, cualquiera podía elevar una acusación (en este caso se conocen los nombres porque Sócrates los cita) y el acusado estaba obligado a elevar una defensa (debo obedecer la ley y hacer mi defensa, 19 a) ante un concurridísimo jurado de 500 personas.
La Apología consta de tres discursos, separados por una elipsis que corresponde a los dos refenrendums (ya estaba de moda lo de la segunda vuelta), de los que siguiendo las inquebrantables normas de este blog no daremos el resultado, aunque doy por hecho que todo el mundo lo conoce. La idea es leer el primero, hasta el momento en que Sócrates interroga a uno de sus acusadores, Meleto; un diálogo que dejaremos para la semana que viene y que es divertidísimo (yo me lo imagino como una entrevista de Caiga quien caiga).
En este comienzo Sócrates se defiende de los rumores que le prodigaban sus detractores (que debían de ser muchos, tantos como sus partidarios) y cuenta la anécdota que todo el mundo conoce, la del oráculo de Delfos que lo nombraba como el hombre más sabio de Atenas. Sócrates cuenta, con bastante sorna, como se puso a interrogar a los que consideraba (y eran considerados) sabios (hoy diríamos expertos), empezando por los políticos:
"Me dirigí a uno de los que parecían ser sabios(...). Ahora bien, al examinar a éste(...) experimenté lo siguiente, atenienses: me pareció que otras muchas personas creían que ese hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero no lo era. A continuación intentaba yo demostrarle que él creía ser sabio, pero que no lo era. A concecuencia de ello, me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes." 21, a-b
Tras agotar ese filón se dirigió a los poetas, de los que comenta que
"casi todos los presentes podían hablar mejor que ellos sobre los poemas que ellos habían compuesto." 22 b
Para acabar con los artesanos, que no salen mal parados pero que
"incurrían en el mismo error que los poetas: por el hecho de que realizaban adecuadamente su arte, cada uno de ellos estimaba que era muy sabio también respecto de las demás cosas." 22 d
Y esto creo que es suficiente para animar a la lectura de Platón, apenas 10 páginas de nada.
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