La hoja informativa que facilita la Filmoteca nos informa de que esta película de Richard Brooks es "una visión del sueño americano despiadada y mordaz", "una virulenta crítica al fundamentalismo religioso" y "la radiografía más cáustica jamás vista en una pantalla del fundamentalista religioso y del preacher bribón", para acabar definiéndola como "el film más desencantado, nihilista de Brooks".
Tras verla, sólo me caben dos hipótesis: o los autores del libro escribieron de memoria y se confundieron al entrar en wikièdia y leyeron la reseña de la novela de Sinclair Lewis en vez de la que corresponde a la película, o (la hipótesis más probable) lo que antecede corresponde a los prejuicios de los autores y no a lo que se ve en la pantalla, si bien hay una explicación intermedia, y es que el encargado de escribir sobre Elmer Gantry se leyó el libro, al parecer bastante agresivo, y la impresión contaminó la recpción del film.
Porque la mirada de Brooks sobre el mundo evangelista es bastante limpia y honesta, si bien está claro que le parecen marcianos (de hecho, esa mirada está inscrita en el tejido del film mediante el personaje del periodista Lefferts, el clásico intelectual agnóstico que mira atónito y fascinado el espectáculo de la troupe evangelista, pero que siente una sincera simpatía -y compasión- por ellos). Y es que la vida que nos muestra la película está lejos de ser sencilla; si bien es cierto que los espectáculos bíblicos que vemos son bastante cirquenses, hay que recordar que la vida del circo no es sencilla, y menos debía serlo en los entornos rurales norteamericanos en los años previos a la gran depresión.
Brooks no esconde la avidez económica de los evangelistas, pero nos la muestra como una necesidad de supervivencia más que como una estafa. Por otro lado, si la predicación y el espectáculo se mezclaban, probablemente se debía a que esas obscenas sesiones tenían que cubrir todas las necesidades de unas comunidades aisladas y analfabetas: los evangelistas les proporcionaban chistes, diversión, espectáculo, y también palabras bellas y terribles.
Y lo mismo cabría decir del protagonista, Elmer Gantry, un viajantre embaucador y tramposillo que a la vez es bastanta ingenuo (o irresponsable), el típico sinvergüenza que cae simpático, a lo que ayuda, sin duda, la elección como intérprete de un volcánico Burt Lancaster, un actor que parece incapaz de transmitir un sustrato obsceno. El caso es que si Elmer se une a la pandilla de sinceros evangelistas se debe a la muy loable y comprensible intención de ligarse a una luminosa Jean Simmons, la Falconer carismática que se mueve como pez en el agua en territorio rural pero que se muestra aterrada cuando tiene que enfrentarse al babilónico público urbano, donde se precipita la tragedia final, que no voy a desvelar, claro (un ejemplo de gran guión, en cualquier caso).
La trayectoria de Elmer Gantry resulta similar a la del general de La Rovere, alguien que acaba descubriendo que la máscara que adopta es más "verdadera" que cualquier discurso "interior" que se cuente a sí mismo, lo que le permite acometer, finalmente, un improbable y verdadero gesto heroico y alcanzar la estatura de un héroe cristiano con su particular calvario (Brooks se toma la molestia de mostrar un plano detalle de un látigo para que la referencia quede clara).
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