miércoles, 11 de noviembre de 2009

Derivas


Ayer me cogí Nocilla Lab para leer en el metro, pensando que, como las anteriores nocillas, estaría compuesta de breves fragmentos, y me encontré con que el primer capítulo consistía en una larga y sinuosa frase a lo Bernhard de setenta y tantas páginas, frase/capítulo que me he leído de un tirón esta madrugada (el mejor momento para leer, antes de que toda la casa y toda la ciudad se despierte y llene el mundo de ruidos), porque anoche, cuando volví del trabajo y de una rápida visita a Susana para ver a su hijo de casi tres meses y que siempre llora cuando estoy delante aunque su madre me jura que con el resto de la humanidad se ríe muchísimo, cuando volví del trabajo y de la visita a Susana, decía (aunque me equivoqué de andén en el metro y lo cogí en dirección contraria y no me di cuenta hasta que llevaba varias estaciones pasadas, tan enfrascado estaba en la lectura del último Nocialla), me puse a escuchar la retransmisión del Madrid-Alcorcón junto a mi hijo mayor, ya que los dos somos colchoneros, igual que la mayoría de los compañeros del programa donde trabajo ahora, y que como todos los seguidores del Atlético estamos convencidos de que el Madrid no es un equipo de fútbol sino una entidad mítica e indestructible, y que siempre gana y nunca sufre derrota, y a pesar de que todos los años tenemos la prueba empírica de que esto no es así en cada ordalía se renueva esta creencia y pensábamos que esta vez sería igual y que el Madrid eliminaría al Alcorcón, así que para evitar decepciones no nos pusimos a escuchar el partido hasta avanzada la segunda parte, cuando ya era evidente que era difícil que los multimillonarios asalariados del multimillonario Florentino y su secuaz Valdano eliminasen a los proletarios del Sur de Madrid.


Antes de ayer, sin embargo, decidí verme una película a las seis de la mañana, no sé por qué elegí El proceso de Juana de Arco, que me había sacado de la biblioteca de mi barrio en el convencimiento de que no me la vería, una película que había visto hace mucho y de la que no recordaba nada, salvo que todo ocurría en una sala en la que una chica contestaba a lo que le preguntaban. La chica que interpreta a Juana de Arco se llama Florence Delay, y siempre se muestra insolente en el tribunal ante el obispo que la interroga y los siniestros ingleses que maquinan a sus espaldas, aunque en la soledad de su celda se derrumba y se echa a llorar. No hay retratos de Juana de Arco, aunque el cine ha elegido casi siempre actrices hermosas para interpretarla, Florence es guapísima y uno desea ser uno de esos soldados que la vigilan fascinados, o incluso el malvado inglés que la espía sin descanso y que, convencido de que la fuerza de arrastre de la futura santa y heroína idolatrada de los refinados y tumultuosos cenáculos del catolicismo francés radica en su virginidad, planea un complot para violarla. La película de Bresson es tan hermosa que uno desearía que durase siempre, o al menos lo que el famoso proceso duró en realidad, pero cuando Juana/Florence sube al cadalso y ves que la película va a terminar crees que no es posible, que sólo ha durado veinte minutos, aunque en realidad dura una hora, y eso que da para mucho porque Bresson impone un ritmo endiablado a los interrogatorios, que se suceden a velocidad de vértigo, filmados en unos precisos contraplanos que impiden que el espacio de la santa sea hollado por sus antagonistas.



Desgraciadamente no he visto el film de Rivette sobra Juana de Arco, ayer me pasé por el Instituto Francés a ver si lo tenían en dvd y no estaba, en su lugar me cogí el libro de Péguy Los misterios de la caridad de Juana de Arco. Péguy es un escritor poco leído en España, creo yo, sin embargo es una presencia constante en el cine del Godard de los últimos años (así como Simone Weil), un escritor obsesionado por la justicia, que dedicó mucha energía a defender a Dreyfuss, incluso cuando esté lo abandonó, de tan radical que era su postura. La figura del héroe injustamente condenado jalona la historia de Occidente, están sus héroes fundacionales, Sócrates y Jesucristo, dos maestros de la oralidad que no se tomaron la molestia de escribir nada, pero cuyo recuerdo, recogido por reverenciales discípulos, planea sobre nuestra cultura, ambos obsesionados por la justicia y muy insolentes también con los tribunales que les juzgaron, también los dos, como Santa Juana, acompañados de una voz divina que les merecía más respeto que la turbamulta que los condenó.

No es de extrañar la fascinación que esta doncella fálica ejerce sobre el imaginario de Occidente, una mezcla de San Jorge y de Antígona, la verdad es que viendo la película uno entiende que la Iglesia y el poder secular se deshicieran de ella para elevarla a los altares años después, nada más incendiario que el verbo de una doncella capaz de arrastrar masas por encima de todos los poderes de este mundo.

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