viernes, 6 de noviembre de 2009

Touch of evil




Ayer por la noche, aprovechando que éramos pocos en casa, y fiel a mi infatigable espíritu didáctico, le puse a mi hijo el comienzo de Sed de mal, uno de los planos (secuencia) más famosos de la historia del cine, que al margen de su espectacular complejidad técnica tiene la virtud de centrar los temas que desarrolla el film, ese juego de espejos y dobles obscenos que se inscriben mediante el motivo de la frontera y de los matrimonios interraciales. En el centro del plano y del film se encuentra la pareja de (muy) recién casados formada por la candorosa y optimista Susie (una guapísima Janet Leigh) y Vargas (un Charlton Heston más que estimable), probo, eficaz y honesto policía mexicano. Rumbo a su luna de miel, ya de entrada sufren la contaminación de la pareja formada por un industrial y una prostituta, que se cruzan con ellos constantemente según se acercan a la frontera. Como se recordará, es en el instante en que Susie se abalanza sobre su marido para besarle cuando esa otra pareja en espejo vuela por los aires. A partir de esa primera demanda en el campo del sexo de parte de la mujer, una catarata de males se derramará sobre ellos.


El caso es que Vargas sale corriendo abandonando a Janet leigh para zambullirse en un paisaje apocalíptico de llamas y chatarra retorcida. Es en ese momento cuando hace su aparición Quinlan/Welles, el desmesurado y obsceno policía del otro lado de la frontera que se postula desde el principio como más allá de la ley, una especie de sol negro a cuyo alrededor gira una cohorte de admiradores, a la que se suma el propio Vargas, que si bien se enfrenta a él no duda en abandonar a su mujer cada vez que Quinlan le requiere, que suele ser siempre que Susie le reclama. Así, camino de la famosa secuencia del motel, donde ella espera por fin comenzar o consumar su vida conyugal, un coche se cruza con ellos exigiendo a Vargas que se vaya con su doble norteamericano.
Y de esta guisa se queda la somnolienta Susie, medio dormida toda la jornada a la espera de su marido. No es de extrañar que en ese espacio onírico lo que haga su aparición sea el fantasma, no su honrado esposo mexicano sino una horda de adolescentes hispanos que, supuestamente, irán a violarla. Porque lo más extraño del film es que nadie parece ser capaz de atender la demanda en el campo del goce de esa fascinante mujer que se mueve en un espacio poblado por hombres. Hasta Grandi, el doble mexicano de Welles, el padre de la horda que domina a toda la familia y es el verdadero dueño del espacio de la frontera, cuya autoridad Vargas ha desafiado encerrando a su hermano, es incapaz de montar nada más que una mascarada de goce siniestro, un simulacro de orgía. A la postre, su aparente posición de omnipotencia se desenmascara como falsa y grotesca, ese rostro terrible de payaso que Susie se encuentra cuando despierta.




Si hago tanto hincapié en la figura femenina del film es porque creo que esa carencia en el campo del goce femenino está directamente relacionada con la insuficiencia de la postura del demiurgo Welles en su universo, de la que se habla mucho más. Hay un plano, hacia el final, bastante feo pero muy significativo: Quinlan aparece en un primer plano, pero el espacio está ocupado sobre todo por una enorme cabeza de toro disecada rodeada por banderillas. Esta visión megalómana de sí mismo como un ser mítico, un totem sacrificial, es la que puede estar en el origen de esa proverbial incapacidad de Welles para finalizar sus películas, lo que le ha dado un aura romántica que ha alimentado su leyenda pero que hace que siempre haya algo indefiniblemente insatisfactorio en sus películas (o al menos esa ha sido mi experiencia en las últimas revisiones que he hecho de La dama de Shanghai y de Ciudadano Kane); si bien aclaro que hablo de la Champion League cinematográfica: Sed de mal es fascinate y te deja clavado en el sillón, pero no llega a las alturas de Vértigo o Centauros del desierto, por poner ejemplos de películas que se hicieron por las mismas fechas por un director al que (según creo) Welles detestaba (Hitchcock), y otro al que admiraba muchísimo (Ford).


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