A final del certamen nos llega una de las películas más esperadas, la adaptación da la novela de DeLillo por David Cronenberg y con producción de Paolo Branco, lo que se nota en que da la impresión de que los planos tienen encuadres tan precisos para ahorrar en decorados.
No he leído Cosmópolis, pero pasa por ser de los textos menos interesantes de su autor. Todo el mundo la vende como una reflexión sobre el tecnocapitalismo y su hundimiento, pero vamos, el que diga a la salida que sabe más sobre finanzas que antes de entrar es que es tonto. La peli se parece a Existenz y Crash, es un viaje en limusina (que se han puesto de moda en Cannes, es igual que la de Holy motors) de un supermultimillonario que a lo largo de una jornada va deteriorándose progresivamente: él, su ropa y su limusina, que acaba hecha un asquito. Lo más gracioso es que tan brillante tipo, que al parecer comercia con información (algo intangible, en cualquier caso) va arruinándose porque no se le ha ocurrido otra cosa que jugarse su fortuna ... contra el yuan!!! que la verdad no se entiende como se ha podido forrar con esa vista de águila.
El film tiene algo de fantástico, u onírico, con esa paranoia de gama baja que atraviesa los libros de DeLillo; sus diálogos a base de aforismos entre herméticos y descacharrantes no acaban de funcionar bien en la pantalla, o al menos no siempre, o no tan continuadamente, y hay diálogos agotadores, a pesar del esfuerzo que hacen los actores. Funcionan muy bien las escenas con las chicas: destacando los diálogos que tiene con su mujer, una rubia lánguida, hermosa e inteligente con la que se ha casado por dinero, o más bien en plan acuerdo financiero entre grandísimas fortunas, y con la que infructuosamente trata de cerrar un encuentro sexual a lo largo de todo el metraje, mientras de vez en cuando se pega un revolcón algo agónico, marca de la casa.
Construida a base de encuentros con diversos personajes, progresivamente más locos (el más divertido es con Amalric, que no cuento nada porque estropeo la gracia de la secuencia), la cosa termina en una larga escena con una especie de alter ego completamente tarumba, aunque no menos que él, esa secuencia final que en el cine clásico solía implicar el éxito en la tarea que había dado lugar al trayecto del héroe, y que en el cine contemporáneo certifica el derrumbe de su universo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario