domingo, 13 de mayo de 2012

La experiencia secreta



En la contraportada de la edición de Debolsillo de David Copperfield, con traducción (íntegra, lo que es importante, ya que en cuestión de tochos decimonónicos ha existido la costumbre de resumir y eliminar párrafos enteros) de Marta Salís, se lee, entre la acostumbrada panoplia de elogios de colegas célebres (Henry James, Tolstoi, Kafka, Freud...), esta declaración de Pavese: "En estas páginas inolvidables cada uno de nosotros vuelve a encontrar su propia experiencia secreta", una frase a la vez enigmática y exacta: lo que uno encuentra en DC es el periplo del sujeto moderno. Así, Copperfield nace en un hogar en el que no hay padre (ha muerto), y vive unos años en un paraíso marcadamente femenino, cuidado por su madre y por su ama de llaves. La necesaria separación de este espacio de fusión con el cuerpo materno se produce de manera brutal, a través de la intervención de un padre "malo", un padrastro que intentará aniquilarlo, y casi lo consigue.

Una de las cosas más peculiares de esta novela es que casi todos los personajes son huérfanos, y además perfectamente simétricos: los chicos viven con sus madres (Copperfield, Uriah Heep, Steerford, y alguno más), y las chicas viven con sus padres (Agnes y Dora, y Emily, en cierta manera). Esta carencia fundacional hace que uno tenga la impresión de que a todos los personajes les falta algo, y hace que su camino hacia la madurez sea tan tortuosa, especialmente en el campo sexual. Copperfield elegirá como primer objeto de deseo a Dora, una chica manifiestamente infantil, y su unión definitiva con Agnes tiene lugar tras una larga preparación en el que se define al personaje como un ser angelical, cuando no directamente celestial, aunque la realidad impone sus leyes, y en el último capítulo vemos a la pareja rodeada de hijos (Dickens tuvo diez hijos, como descubrí en Hereafter).

Como muchas obras maestras "gruesas" de la historia de la Literatura, desde El Quijote a En busca del tiempo perdido, el Copperfield está lleno de tiempos muertos, partes farragosas, digresiones inútiles y escenas clamorosamente fallidas, por lo que siempre existe la tentación de "abreviarlas", y en el caso de esta novela Susana me contó que había un versión muy conseguida de Graves que la dejaba en la mitad, limpia de polvo y paja y muy fluida. Pero creo que es en esas zonas "débiles" donde se esconden los motivos secretos de sus autores, allí donde no han podido resistirse a dejar su impronta, o donde habla su inconsciente sin que ellos lo sepan, aún a costa de desequilibrar el conjunto: son los productos perfectamente engrasados, que se leen de un tirón, los que más pronto pasan al olvido, sin que uno tenga mayor interés en volverlos a recorrer en el futuro.


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