Viernes 30 de noviembre, jornada de viaje a Mérida. Un par de nubes en lontananza: unas dietas sin firmar y una posible revuelta de conductores. Antes de llegar a Prado mi compañera Oliva me cuenta que la dieta está firmada. Llego al despacho, hablo con Enrique Gallego y me dice que me olvide de los conductores, que se cogen hotel en Mérida y todo arreglado. Me voy a desayunar con Susana y aparece Joaquín, un cámara, que me suelta la letanía de lo que nos estruja la tele. Hacía años que no hablábamos, pero tengo la sensación de que la última vez tuvimos una conversación idéntica. Así está hasta que nos levantamos de la mesa; al poco me llama y me dice que qué pasa con su dieta, que le he pasado el 75 y no el 100. Viene al despacho y le cuento una especie de discurso que me sale solo, y que a veces tengo la sensación de que es otro el que lo enuncia: que si nos obligan a pasar los viajes a las tres de la tarde, que en ninguna parte pone que no se pueda viajar de noche, que Diana es una bruja malvada, que si patatín, que si patatán. En realidad me importa un bledo, nos embolsamos unos cientos de euros, nos pagan una habitación en el parador de Mérida, trabajamos un par de horas (en su caso), pero tenemos la sensación de que somos vilmente explotados.
Pero sé que todo el fin de semana va a ser igual, que todas las retransmisiones van a ser igual, que todas las conversaciones van a ser la misma conversación, con ínfimas modulaciones que incluyen la última anécdota, la última putada. Yo también pienso que las cosas van mal en la tele, y que se van a poner peor, pero lo de este finde no es para abrirse las venas. O tal vez sí. Me llama Cristina para decirme que se ha muerto la suegra de uno de los cámaras que iba a Mérida. El que lo sustituye no quiere hotel, pero la habitación no se puede anular (se puede, pero te la cobran igual). Al final accede, sin demasiados problemas porque hay un kilometraje extra que a la postre es casi lo mismo que el tanto por ciento que te ahorras por darte el madrugón o dormir en un camastro. Ahora hay que conseguir que todos los firmantes estampen su nombre en la modificación antes de que cierren la caja. Las tres primeras firmas no dan problemas, pero Diana está ocupadísima de reunión en reunión: la semana que viene no está y temerá que la tele se venga abajo sin su presencia. Les dejo una fotocopia de la dieta firmada hasta el estamento más alto alcanzado, para que la vayan agilizando, por si se ablandan y la pasan así, y nos vamos mientras rezo para que la dieta esté o Ramón (el cámara sustituto) no se tome la molestia de pasarse por caja, habida cuenta de que hemos cobrado y tampoco le hace falta mucho dinero para una noche.
Paramos a las dos a comer, Sobrino elige el sitio. Según nos sentamos me huele que nos van a clavar. Nos ofrecen un cabrito recién sacado del horno, un lechal buenísimo, aceptamos una fuente central con cabrito y cochinillo. Calculo 40 € por cabeza. Acierto. Jesús se había comprometido a invitarnos, y lo hace, aunque intento compartir gastos. Me comenta a la salida que la comida estaba muy buena, pero que había preguntado si tenían menú del día, y se habían hecho los suecos, y posteriormente, a la mesa de al lado, sí se lo han ofrecido.
Jesús tiene ganas de ver una ermita del siglo VII (o tal vez VIII, hay disputas en la comarca entre los eruditos locales), así que nos vamos para allá. Nos pilla casi de camino. Resulta que el pueblo donde se encuentra alberga a un amigo y compatriota de nuestro auxiliar de montaje, rumano él. La ermita está muy bien, tal vez demasiado restaurada (hay unos mármoles impolutos que tal vez durante el esplendor originario armonizaban con el conjunto, pero que ahora, entre cascotes, resulta extravagante), rodeada de naranjos. Salgo de la minibús y tengo la impresión de que no he respirado un aire tan limpio en meses. El viento es frío, pero todavía no molesta. El sol se está poniendo, pero todavía da para iluminar el amplio valle que se ve ladera abajo. La ermita tiene adosada un centro de interpretación, con una maqueta y un vídeo explicativo, y un lugareño que muestra una entrañable admiración por la erudición, y al que casi se le saltan las lágrimas cuando habla de la romería de catedráticos de toda laya que acuden a soltar teorías a mogollón acerca del templo (la que más entusiasmo le produce es la que asigna al lugar un temprano culto a una diosa romana, cuyo nombre pronuncia con perversa sensualidad). Aparece el colega de nuestro mozo, colega que en cualquier película interpretaría con solvencia el papel de asesino a sueldo extremadamente profesional. Mientras vemos el vídeo nos llaman los conductores. Aunque habíamos quedado a las ocho (y son las seis), ya han llegado al Centro Territorial, donde les había pedido que soltaran los camiones. Les digo que en media hora estamos ahí, no sé por qué, ya que es evidente que antes de una hora no vamos a llegar. Nos despedimos del entusiasta pedagogo y ponemos rumbo a Mérida. No tardamos demasiado, pero damos bastantes vueltas hasta que nos enteramos de cómo se entra al parador. Soltamos a Jesús y a Lucien (el rumano) y acompaño a Víctor al Centro a recoger a sus colegas, más que nada para que no lo linchen. Vuelve a hacerse un lío con el GPS hasta que damos con una calle buena. Resulta que los conductores llevan en la calle una hora, nadie les ha dicho que esperen dentro. Todo se resuelve rápido, porque dos de ellos se hospedan en el NH (se han venido con las respectivas mujeres, rasgo de refinamiento que les honra), y el resto, tal vez reconcomidos por la envidia, deciden quedarse en el NH en habitaciones dobles tras apañar un precio aceptable (60 €). Víctor me trae al Parador, que es precioso, y tiene WiFi, y llego a la habitación contento de haber sobrevivido a otro día, aunque ligeramente preocupado porque no ha llegado casi nadie. Enciendo el ordenador y compruebo que el wifi no funciona, o no llega hasta estos extremos del hotel. Pienso que tal vez en el bar tanga conexión, y al final llego a la conclusión de que el problema está en el ordenador. Así que decido irme a la cama, que mañana será otro día.
Como siempre que duermo en un hotel, me despierto a media noche, y me desvelo. Me incorporo y enciendo la tele. Debe de ser pronto porque ponen la porno en el plus, y un espanto de Keanu Reaves, y una de las tres partes de los anillos. Me canso en seguida de la porno (me parece ridículo que los tíos siempre se corran en la boca de sus partenaires), y aún antes de la de Keanu Reaves, un rollo fantástico-paranoico rodado de una manera muy efectista y ampulosa. La de los anillos ni me lo planteo. Apago de nuevo la luz, y funciona, porque abro los ojos a las seis y media, y bastante descansado. Me levanto, leo un rato, a las siete y media abren el comedor; bajo a desayunar. Soy el primero, una camarera que da la impresión de llevar treinta años en el Parador (como el resto del personal) está terminando de poner la comida. Es algo ruda en su familiaridad. Tengo hambre y me lleno el plato de grasas y calorías. Espero que fuera haga frío y queme lasmigas y el picadillo y el lomo y el jamón y los dulces de manteca que me sirvo. Van apareciendo compañeros. A las nueve y media salimos para Arroyomolinos; los camiones han salido con anterioridad y nos llevan ventaja. Me hubiese gustado llegar antes que ellos al pueblo, pero no va a ser posible. Llegamos y los camiones están ya colocados, sólo queda el grupo electrógeno, el más grande, que tampoco tiene problemas para colocarse. Una vez que están los los camiones colocados, todo es fácil. Empieza el montaje, todo el mundo sabe lo que tiene que hacer. Hay que estar atento por si alguien necesita a alguien que no conoce, pero puedo ir a tomar un café. Lo único es que los de sonido no aparecen. A las once y cuarto empiezo a preocuparme. Cuando voy a llamar a Andrés aparecen, les habían citado a las doce, refunfuñan porque el día anterior se habían enterado de que les obligaban a coger hotel (en realidad les obligaba yo). Una vez que sé que están, deja de interesarme cualquier opinión relacionada con el tema. Ya sé que la Misa se va a retransmitir sin problema, una sensación que surge siempre en un momento dado de cada retransmisión. Lo que venga después serán pequeños inconvenientes, roces, discusiones, pero el trabajo está salvado (por ejemplo, Sobrino se molesta con el jefe de la Unidad –Espinosa- porque no le permite ver el reportaje sobre el pueblo con el alcalde antes de que se terminen las pruebas. En venganza, Jesús no piensa citar a Espinosa en la Misa de mañana, a pesar de que es la última retransmisión que éste va a hacer antes de jubilarse, en lo que coincide con Maxi, el grupista, y, evidentemente, con Agustín, el regidor, en cuyo honor se celebra esta Misa en Arroyomolinos, su pueblo natal).
Terminamos el montaje y nos acercamos a la churrería del Primo de Agustín, que supuestamente nos tiene preparado un almuerzo. Supuestamente porque ha entendido mal y pensaba darlo el domingo. Pero es lomo y jamón y queso y tortillas, todo material que se prepara en minutos, y allí va la horda televisiva, feliz como siempre de comer de gorra y ser invitada (hecho este que considera parte de sus derechos y privilegios irrenunciables) y ahorrarse así unas pelillas. Al rato de comer jamón y carne en salsa me aburro y me doy una vuelta por el pueblo. Al poco nos volvemos a Mérida, yo con Joaquín, que por el camino me cuenta que se acaba de separar (cosa que, no sé por qué, me barruntaba) y que lo está pasando bastante mal. Tras pasar por recepción y dejar las cosas en el parador nos vamos a ver el Museo romano, lleno de esculturas, mosaicos, monedas y todo tipo de cachivaches. Uno diría que a los romanos, de todas las virtudes, sólo les interesaba una idea mediocre de lo que es la dignidad. Cuestiones como el Bien, la Verdad o la Belleza debían de parecerles entretenimientos de segunda categoría que dejaron en manos de subordinados como los griegos o los judíos.
Pero sé que todo el fin de semana va a ser igual, que todas las retransmisiones van a ser igual, que todas las conversaciones van a ser la misma conversación, con ínfimas modulaciones que incluyen la última anécdota, la última putada. Yo también pienso que las cosas van mal en la tele, y que se van a poner peor, pero lo de este finde no es para abrirse las venas. O tal vez sí. Me llama Cristina para decirme que se ha muerto la suegra de uno de los cámaras que iba a Mérida. El que lo sustituye no quiere hotel, pero la habitación no se puede anular (se puede, pero te la cobran igual). Al final accede, sin demasiados problemas porque hay un kilometraje extra que a la postre es casi lo mismo que el tanto por ciento que te ahorras por darte el madrugón o dormir en un camastro. Ahora hay que conseguir que todos los firmantes estampen su nombre en la modificación antes de que cierren la caja. Las tres primeras firmas no dan problemas, pero Diana está ocupadísima de reunión en reunión: la semana que viene no está y temerá que la tele se venga abajo sin su presencia. Les dejo una fotocopia de la dieta firmada hasta el estamento más alto alcanzado, para que la vayan agilizando, por si se ablandan y la pasan así, y nos vamos mientras rezo para que la dieta esté o Ramón (el cámara sustituto) no se tome la molestia de pasarse por caja, habida cuenta de que hemos cobrado y tampoco le hace falta mucho dinero para una noche.
Paramos a las dos a comer, Sobrino elige el sitio. Según nos sentamos me huele que nos van a clavar. Nos ofrecen un cabrito recién sacado del horno, un lechal buenísimo, aceptamos una fuente central con cabrito y cochinillo. Calculo 40 € por cabeza. Acierto. Jesús se había comprometido a invitarnos, y lo hace, aunque intento compartir gastos. Me comenta a la salida que la comida estaba muy buena, pero que había preguntado si tenían menú del día, y se habían hecho los suecos, y posteriormente, a la mesa de al lado, sí se lo han ofrecido.
Jesús tiene ganas de ver una ermita del siglo VII (o tal vez VIII, hay disputas en la comarca entre los eruditos locales), así que nos vamos para allá. Nos pilla casi de camino. Resulta que el pueblo donde se encuentra alberga a un amigo y compatriota de nuestro auxiliar de montaje, rumano él. La ermita está muy bien, tal vez demasiado restaurada (hay unos mármoles impolutos que tal vez durante el esplendor originario armonizaban con el conjunto, pero que ahora, entre cascotes, resulta extravagante), rodeada de naranjos. Salgo de la minibús y tengo la impresión de que no he respirado un aire tan limpio en meses. El viento es frío, pero todavía no molesta. El sol se está poniendo, pero todavía da para iluminar el amplio valle que se ve ladera abajo. La ermita tiene adosada un centro de interpretación, con una maqueta y un vídeo explicativo, y un lugareño que muestra una entrañable admiración por la erudición, y al que casi se le saltan las lágrimas cuando habla de la romería de catedráticos de toda laya que acuden a soltar teorías a mogollón acerca del templo (la que más entusiasmo le produce es la que asigna al lugar un temprano culto a una diosa romana, cuyo nombre pronuncia con perversa sensualidad). Aparece el colega de nuestro mozo, colega que en cualquier película interpretaría con solvencia el papel de asesino a sueldo extremadamente profesional. Mientras vemos el vídeo nos llaman los conductores. Aunque habíamos quedado a las ocho (y son las seis), ya han llegado al Centro Territorial, donde les había pedido que soltaran los camiones. Les digo que en media hora estamos ahí, no sé por qué, ya que es evidente que antes de una hora no vamos a llegar. Nos despedimos del entusiasta pedagogo y ponemos rumbo a Mérida. No tardamos demasiado, pero damos bastantes vueltas hasta que nos enteramos de cómo se entra al parador. Soltamos a Jesús y a Lucien (el rumano) y acompaño a Víctor al Centro a recoger a sus colegas, más que nada para que no lo linchen. Vuelve a hacerse un lío con el GPS hasta que damos con una calle buena. Resulta que los conductores llevan en la calle una hora, nadie les ha dicho que esperen dentro. Todo se resuelve rápido, porque dos de ellos se hospedan en el NH (se han venido con las respectivas mujeres, rasgo de refinamiento que les honra), y el resto, tal vez reconcomidos por la envidia, deciden quedarse en el NH en habitaciones dobles tras apañar un precio aceptable (60 €). Víctor me trae al Parador, que es precioso, y tiene WiFi, y llego a la habitación contento de haber sobrevivido a otro día, aunque ligeramente preocupado porque no ha llegado casi nadie. Enciendo el ordenador y compruebo que el wifi no funciona, o no llega hasta estos extremos del hotel. Pienso que tal vez en el bar tanga conexión, y al final llego a la conclusión de que el problema está en el ordenador. Así que decido irme a la cama, que mañana será otro día.
Como siempre que duermo en un hotel, me despierto a media noche, y me desvelo. Me incorporo y enciendo la tele. Debe de ser pronto porque ponen la porno en el plus, y un espanto de Keanu Reaves, y una de las tres partes de los anillos. Me canso en seguida de la porno (me parece ridículo que los tíos siempre se corran en la boca de sus partenaires), y aún antes de la de Keanu Reaves, un rollo fantástico-paranoico rodado de una manera muy efectista y ampulosa. La de los anillos ni me lo planteo. Apago de nuevo la luz, y funciona, porque abro los ojos a las seis y media, y bastante descansado. Me levanto, leo un rato, a las siete y media abren el comedor; bajo a desayunar. Soy el primero, una camarera que da la impresión de llevar treinta años en el Parador (como el resto del personal) está terminando de poner la comida. Es algo ruda en su familiaridad. Tengo hambre y me lleno el plato de grasas y calorías. Espero que fuera haga frío y queme lasmigas y el picadillo y el lomo y el jamón y los dulces de manteca que me sirvo. Van apareciendo compañeros. A las nueve y media salimos para Arroyomolinos; los camiones han salido con anterioridad y nos llevan ventaja. Me hubiese gustado llegar antes que ellos al pueblo, pero no va a ser posible. Llegamos y los camiones están ya colocados, sólo queda el grupo electrógeno, el más grande, que tampoco tiene problemas para colocarse. Una vez que están los los camiones colocados, todo es fácil. Empieza el montaje, todo el mundo sabe lo que tiene que hacer. Hay que estar atento por si alguien necesita a alguien que no conoce, pero puedo ir a tomar un café. Lo único es que los de sonido no aparecen. A las once y cuarto empiezo a preocuparme. Cuando voy a llamar a Andrés aparecen, les habían citado a las doce, refunfuñan porque el día anterior se habían enterado de que les obligaban a coger hotel (en realidad les obligaba yo). Una vez que sé que están, deja de interesarme cualquier opinión relacionada con el tema. Ya sé que la Misa se va a retransmitir sin problema, una sensación que surge siempre en un momento dado de cada retransmisión. Lo que venga después serán pequeños inconvenientes, roces, discusiones, pero el trabajo está salvado (por ejemplo, Sobrino se molesta con el jefe de la Unidad –Espinosa- porque no le permite ver el reportaje sobre el pueblo con el alcalde antes de que se terminen las pruebas. En venganza, Jesús no piensa citar a Espinosa en la Misa de mañana, a pesar de que es la última retransmisión que éste va a hacer antes de jubilarse, en lo que coincide con Maxi, el grupista, y, evidentemente, con Agustín, el regidor, en cuyo honor se celebra esta Misa en Arroyomolinos, su pueblo natal).
Terminamos el montaje y nos acercamos a la churrería del Primo de Agustín, que supuestamente nos tiene preparado un almuerzo. Supuestamente porque ha entendido mal y pensaba darlo el domingo. Pero es lomo y jamón y queso y tortillas, todo material que se prepara en minutos, y allí va la horda televisiva, feliz como siempre de comer de gorra y ser invitada (hecho este que considera parte de sus derechos y privilegios irrenunciables) y ahorrarse así unas pelillas. Al rato de comer jamón y carne en salsa me aburro y me doy una vuelta por el pueblo. Al poco nos volvemos a Mérida, yo con Joaquín, que por el camino me cuenta que se acaba de separar (cosa que, no sé por qué, me barruntaba) y que lo está pasando bastante mal. Tras pasar por recepción y dejar las cosas en el parador nos vamos a ver el Museo romano, lleno de esculturas, mosaicos, monedas y todo tipo de cachivaches. Uno diría que a los romanos, de todas las virtudes, sólo les interesaba una idea mediocre de lo que es la dignidad. Cuestiones como el Bien, la Verdad o la Belleza debían de parecerles entretenimientos de segunda categoría que dejaron en manos de subordinados como los griegos o los judíos.
Tras un paseo por el pueblo, donde nos tropezamos con bastantes columnas y restos a cachoporro por todas las esquinas, recalamos de nuevo en parador, donde nos damos a la bebida de agua con gas mientras Joaquín me cuenta todo tipo de anécdotas eruditas, en las que es un portento (una de ellas consiste en relacionar las vías romanas con los cohetes Apolo que se dedicaban a ir a la luna).
Un rato de lectura en la habitación. Como tengo algo de hambre quedo con Joaquín para cenar algo. Pasamos por delante de un bar donde se oye bastante animación. Entramos, pero no hay comida, así que lo dejamos para la última copa. Nos metemos en una cafetería cualquiera y pedsimos estricta dieta vegetariana: ensalada y panaché de verduras. Somos los únicos comensales del salón del restaurante, así que nos vamos en seguida al bar, que es muy chulo. Ponen jazz, está muy bien decorado, la música no está muy alta, la camarera es muy mona. Joaquín se dispara y me habla de su crisis matrimonial; a ratos desconecto y me concentro en lo que suena. Tampoco le puedo decir mucho, con escuchar basta. Llegamos al parador a tiempo para ver el final del partido de fútbol, el Barcelona y el Español empatan a uno. En cuanto termina el partido apago la televisión y me quedo frito.
Abro los ojos a las cinco y media. Me termino el periódico del día anterior. Hoy el comedor está muy animado a horas tempranas. Me siento a comer con los cámaras; hace años que no les veo, pero continuamos con los mismos chistes de la última vez. Le digo a Joaquín que le pago el parking del hotel, dado que me ha traído y me va a llevar al pueblo éste. Como tengo la tarjeta de los paradores no me lo cobran, lo que me pone de buen humor. Hay niebla en todo el trayecto, pero en Arroyomolinos luce un sol espléndido. Todo el mundo está de un humor estupendo. Nos vamos a tomar más cafeses por oleadas, como yo no tengo mucho que hacer me apunto a todas. Agustín, el regidor, me presenta a un señor con bigote que no sé quién es, que me pide la dirección del productor. Pienso que quiere una copia de la misa, así que le digo que soy yo. Luego entiendo que va a enviar un obsequio, con lo que me reafirmo en que soy la persona indicada. Quiere agradecer que Arroyomolinos haya salido en la tele. Me despido de él sin saber quién es, ni lo que quiere. Todos los que no tienen que estar en la iglesia ni en la Unidad están en el bar. Aguanto un rato viendo la retransmisión, pero en cuanto veo que todo va bien (al final fallará un micro) me voy a que me dé el aire. Agustín está muy emocionado, rodeado por sus compañeros y sus familiaresm pero para el resto del equipo es una retransmisión más; en cuanto pueden se marchan. Salvado el último obstáculo (un coche que obstruye la salida de los camiones) nosotros también nos vamos. Como he desayunado una barbaridad dejo bien sentado que tenemos prisa y que como mucho nos tomamos un pincho en un bar de carretera, cosa que hacemos. A las cuatro estamos ya en Madrid, y colorín, colorado...
2 comentarios:
Después de esto creo que te mereces no una semana, sino un mes de descanso.
Si al final resultó una retransmisión estupenda, mucho mejor de lo que esperaba.
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