La estructura melodramática de Tú y yo descansa sobre lo que podríamos llamar el reconocimiento retardado o pospuesto: tras encontrarse finalmnente, Cary Grant tiene que descubrir las razones que llevaron a Deborah Kerr a no acudir a su cita en el Empire State. Ella está paralítica, pero él no lo sabe (sobre todo porque ella no ha querido decírselo); significativamente, él no para de moverse alrededor de ella, y está a punto de marcharse cuando recuerda un cuadro especialmente importante para él (su marchante lo califica como el cuadro con el que empezó a ser pintor), hasta el punto de que, incapaz de venderlo, pero también de guardarlo, por la enorme carga emocional que tiene para él, se lo regaló a una mujer anónima que mostró un interés inusitado por él. El cuadro representa a Deborah Kerr ante la imagen de la Virgen, y repite una escena nuclear del film: en una parada del trasatlántico, la pareja acude a visitar a la abuela de Cary Grant, abuela que opera como destinador simbólico en la película: habiéndose acercado Deborah Kerr a la capilla que hay en la casa, la abuela le pide a Cary Grant que vaya también él. Incómodo pero impactado por la visión de la devoción de ella, él también se arrodilla ante la imagen. Ese descubrimiento de la dimensión sagrada de lo femenino desbloqueará el típico punto muerto donjuanesco (las mujeres son adoradas hasta que se acercan demasiado, momento en que uno huye de ellas) y hará posible la promesa posterior que abre la segunda parte del film. En el momento en que Cary Grant va a abandonar la casa “se le abren los ojos” y comprende que el cuadro “ya” llegó a su destinatario merced a su acto de donación, acto involuntariamente acertado. En ese momento atraviesa el salón para acceder al dormitorio de ella, porque obviamente el cuadro está en el rincón más privado de su casa. En una notable composición visual, vemos a la vez su rostro iluminado por el descubrimiento y el cuadro reflejado en el espejo; momento en que ya sólo nos queda asistir al reencuentro definitivo.
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