jueves, 4 de febrero de 2010

El gran Lubtchansky


Ayer por la mañana me vi Historia de Julien y Marie, y por la tarde leía en las Memorias de Lanzmann que el padre de William Lubtchansky había muerto en las cámaras de gas de Auschwitz. Lubtchansky es el refinadísimo director de fotografía de Rivette, Ioseliani, Straub/Huillet y Garrel, si bien no es descartable que en este último caso se deba al deseo del director de tener en el plató a alguien más desastrado que él. También fue el operador de (la parte que pudo de) Shoah.

La tarde en que grabaron con cámara oculta a Suchomel, un responsable del campo de Treblinka que explica en el film con pelos y señales (y bastante orgullo) como funcionaba el campo, Lanzmann cuenta que "William y yo tuvimos una disputa violenta. Él estaba al límite, tan conmocionado como yo por los riesgos soportados y por los horrores que habíamos escuchado, pero le había sacado de quicio que hubiera invitado a comer a Suchomel, mi impavidez y mi posición técnica, y encima que le hubiera pagado. Comprendía a William, él tenía razón, pero sin la disciplina férrea que me impuse no hubiera podido sacar a ningún nazi en el film."


Histoire de Marie et Julien se estrenó en el Festival de San Sebastián de 2003, y tuvo una acogida tan hostil que ninguna distribuidora se tomó la molestia de comprarla para España, aunque un par de años después Intermedio la distribuyó en dvd junto con varios títulos claves de la filmografía (más o menos) reciente de Rivette. Años después, la otra gran película francesa "de fantasmas" de la década, La frontière de l'aube, conocería una recepción parecida en Cannes. Ambas comparten la hermosa luz de Lubtchansky y poco más, puesto que tienen desarrollos y conclusiones diferentes.

Parece ser que el guión aguardó décadas a que se llevara a buen término, y hay algo arcaizante en ciertas partes de la película, partes que conviven con la elegancia de la puesta en escena del último Rivette, con esa cámara que se mueve cadenciosamente alrededor de los dos protagonistas en esa casa en la que conviven enormes relojes con habitaciones misteriosas. De mi primer visionado se me había quedado grabada la imagen del felino cuerpo de la Beart iluminado por una fría luz cenital, y la sorpresa de las coreografiadas escenas de sexo en el habitualmente muy recatado Rivette.

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