Tras quedar deslumbrado con su adaptación de Cumbres borrascosas me he puesto a desandar la corta trayectoria de Andrea Arnold, realizadora a la que no le había prestado atención alguna a pesar de debutar por todo lo alto en la Sección Oficial de Cannes con Red road, que además se llevó algún premio importante.
Fish tank es un cuento de hadas contemporáneo, con los mimbres de un relato clásico pero desestructurado, hay una adolescente guapísima que, al igual que Heathcliff, está habitada por la pulsión y parece incapaz de relacionarse con sus prójimos en unas condiciones mínimas de sociabilidad (Mia sólo entiende la intersubjetividad como agresión, aunque no haya razón para ello), y la puesta en escena se articula a través de las miradas de su protagonista, que observa frágiles estructuras sociales en las que, aún así, es incapaz de integrarse (exactamente igual que Heathcliff otra vez).
En este panorama hace su aparición el príncipe azul del cuento, de la mano de la madre, perfecta encarnación de la madrastra de Blancanieves contemporánea, una joven descerebrada que compite con su hija pos los mismos objetos de deseo. Que nadie se asuste, el príncipe de Fish tank es un fraude, como el espectador intuye desde el principio y el film muestra en su última parte. Y, sin embargo, esa mínima aparición de algo del lado del orden de la Ley (aunque sea de una manera tan paródica que el chico en cuestión, un Fassbander caracterizado como un Orlando Bloom poligonero, es un guardia de seguridad en una gran superficie) parece trazar un camino para el deseo de Mia, que en vez de acabar sumida en la psicosis encuentra una (también) fragilísima vía de salvación en un amigo que parece ser capaz de establecer unas condiciones mínimas de compromiso, alguien que surge en el film como una minúsculo reflejo del príncipe deseado y que acaba emergiendo como el personaje más positivo del film.
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