En Purgatorio Medea y Jasón aparecen en un Hades que está a medio camino entre una cárcel y una consulta de psicoanalista. A las almas que descienden a ese peculiar submundo se les ofrece la posibilidad de purgar sus pecados terrenales y volver redimidos a una nueva encarnación, aunque para ello deban someterse a una terapia interminable. Si bien el truco es artificioso, a mí me convence, aunque no es una opinión compartida.
Allí Jasón se manifiesta como un trilero que se adapta rápidamente a las reglas del juego y se presta a todo tipo de compromisos para escapar de allí. Medea, sin embargo, se niega a repudiar sus (monstruosos) actos y asume sus implicaciones de manera radical (lo que implica una condena para la etrenidad). En uno de los mejores momentos de la obra, grita que si alguna vez pide perdón por ellos, no será ella quién lo pida.
La obra de Ariel Dorfman hace visibles (y compatibles) las dos posibles lecturas de la figura de Medea, la feminista radical (un goce del lado de la mujer de la que el hombre está excluido) y la conservadora patriarcal (la mujer como bastión del orden paterno al borrar de manera brutal la inscripción del nombre del padre cuando quien lo sustenta no está a la altura de su papel).
2 comentarios:
No puedo dilucidar de tu entrada una cosa: ¿te gustó la obra?
Me gustó la obra y la interpretación, pues no demasiado
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