Con el paso de los días Cosmópolis y Holy motors van destilándose en la memoria como las mejores películas de la Competición, enaltecidas por su total ausencia de un palmarés que ha tenido la peculiar característica de cubrir de mediocridad a todas las películas laureadas. Ambas comparten una limusina como el espacio fetal en el que vive su protagonista en constante movimiento y un actor total que llena la ficción. Denis Lavant y Robert Pattinson también han tenido la fortuna de no ser mancillados por ningún premio, tal vez porque era imposible elegir a uno de los dos y un premio a pachas hubiera sido ridículo para sus merecimientos.
Uno vuelve a España y descubre que Cosmópolis no era una estilizada recreación posmoderna del Infierno de Dante vía DeLillo, sino un documental de lo que pasa en nuestro país, con la realidad desmoronándose por la subida imparable de cifras que se mueven fuera del territorio de lo Real. Desgraciadamente el imaginario español es tan cutre que nos tenemos que conformar con el cretino de Rajoy y esa versión casposa de Chiquito de la Calzada que es Luis de Guindos, cuando el cine se puede permitir a Pattinson y a Giamatti.
Las limusinas son los castillos que ciernen y construyen la personalidad de Monsieur Oscar y Eric Packer; salir de ellas supone para uno habitar otros personajes, interpretar experiencias que poco a poco van minando la coraza del actor, a la vez que enriquece sus registros; para el despiadado broker cada ausencia puede suponer un encontronazo con la otreidad, una amenaza de muerte o un atentado irrisorio o una aventura sexual epifánica a la vez que banal, o simplemente el reencuentro fantasmático con ese extraño ángel que reaparece constantemente en el film de Cronenberg y que es su elusiva mujer.
La otra gran película del festival que transcurre en un vehículo es The we and the I, donde una comunidad de adolescentes se destruye y construye constantemente a velocidad de sms mientras viaja en autobús. Aquí también el afuera es el destino inevitable de los jóvenes protagonistas, lo Real que les aguarda en sus vidas, vidas para las que no parece haber más relato que los que puedan transmitirse por los móviles. Ninguna palabra de un adulto que pueda encarnar la ley parece existir en ese universo, y tal vez por eso las palabras circulan constantemente entre ellos, especialmente en forma de agresión.
2 comentarios:
Siempre quise poder subirme a una de estas maravillosas Miami limosina. Creo que a pesar de los años es algo clásico que jamás pasará de moda
Pues tal como las filman Cronenberg y Carax es de las cosas más prácticas que hay en la tierra, es como tener un salón andante.
Yo por Madrid no he visto casi ninguna, pero uno de los personajes de DeLillo comenta que son perfectas por el anonimato que transmiten en Nueva York
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