Deseo, peligro se llevó el León de Oro en Venecia de manera algo sorpresiva, más que nada porque Ang Lee ya se había llevado otro un par de años antes por el anuncio de Malboro gay que luego, si mal no recuerdo, pilló también algo en los Oscar (la verdad es que no sé porque hablo así, dado que no he visto Brokebake mountain y sé que no la voy a ver en la vida). Tampoco levantó demasiadas protestas porque la película gustó en general, y aunque para mi gusto está lejos del estado de gracia perpetua en que se mueve I'm not there, de Todd Haynes (mi peli favorita de Venecia y de todos los festivales del 2007, salvo quizás la sublime Paranoid Park gusvansantiana), desde luego se alza millas por encima de todo lo que había visto hasta ahora de este sobrevalorado chino.
El caso es que Deseo, peligro recuerda muchísimo a El libro negro, ese desmelenado y apasionante folletín que también pone en el centro de la narración un cuerpo de mujer atravesando y ardiendo en una época bastante siniestra: en ambos casos se trata de la ocupación de un país en la segunda guerra mundial por las fuerzas del mal (nazis en Holanda y japos en China, respectivamente), y de una mujer que tiene que entregarse al enemigo por motivos estratégicos, y que resulta ser la única manera que tiene de acceder al goce, cosa ésta marcadamente presente en Deseo, peligro: los representantes de la opción políticamente correcta (los resistentes) son designados explícitamente como absolutos incompetentes sexuales, mientras que no hace falta esperar a las escenas de polvos hiperrealistas para ver que el supermalo de Tony Leung (lo más parecido que ha dado Oriente a Humprey Bogart) es el amo del goce femenino. El caso es que el tema central en ambas (¿Puede una mujer mentir cuando goza?¿Qué status ético puede tener esa experiencia tan radical?) es apasionante, como apasionantes son las diferencias soluciones que aportan las dos películas. Particularmente me resulta irritante el final misógino de la de Ang Lee: ese lado sacrificial redentor que hace que la mujer tanga que morir por haber ardido más de la cuenta, aunque reconozco que el acto de heroísmo/traición de ella plantea una encruncijada ética insoluble y fascinante (curiosamente, todas las voces femeninas de la sala al terminar la película se mostraban entusiasmadas con la misma). Me mola bastante más la salida triunfal de la heroína judeo-holandesa, que sobrevive incólume a tanto folleteo con nazis y se permite un acto de justicia tan cachondo como cargarse al traidor asfixiándolo en un ataúd.
También resultan curiosas las semejanzas en el tratamiento de la resistencia. Como es sabido, la ocupación de China (y de Corea) por las tropas japonesas a finales de los años 30 es una herida que está lejos de haberse cerrado, provocando fricciones diplomáticas constantemente. A priori pensaba que esta película pudiera enmarcarse en un movimiento destinado a reivindicar para el pueblo chino una actividad heroica de resistencia que probablemente no se dio en realidad (un poco como ha pasado en Francia; de hecho el Shangai ocupado que aparece en la peli recuerda al París lleno de alemanes pasándoselo en grande). Pues bien, ya he señalado antes que los resistentes de aquí son unos cenutrios que el malvado se zampa sin demasiados problemas. Incluso en una de las mejores secuencias de la película, el jefe de la resistencia, aquel que podría encarnar una figura patriarcal "fuerte" dentro del relato, el destinador que manda a la chica a meterse en la cama del nazi (como en Encadenados) sin temblar, retrocede ante la descripción que hace ella de su experiencia sexual (momento en que uno se da cuenta de como va a acabar la película).
Ya en el Festival fue comentado el realismo con que están filmados los encuentros sexuales, y como eficaz campaña publicitaria se ha aireado la censura que van a sufrir en su exhibición en China (cosa que es obvia que Ang Lee sabía desde el principio). Aunque bastante coreografiados, y a ratos con un tufillo a exotismo erótico oriental, resultan fundamentales para comprender la relación que tienen los protas. Un detalle que los hace extremadamente inquietantes es algo tan simple como que ambos follan con los ojos abiertos, como si temieran ser devorados por el otro en cualquier descuido. En cualquier caso, nos recuerdan lo violento que es el sexo, y la agresividad que hay que desencadenar para que algo ocurra en ese campo.
Y lo dejo por ahora, para que rellenéis los huecos con comentarios
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