jueves, 1 de octubre de 2009

Gymkana maternal




La experiencia reciente de la maternidad me ha hecho darme cuenta de una serie de cosas, más o menos frívolas, en las que nunca me hubiera parado a pensar. Lo primero de todo fué descubrir la escasez de ropa sexi para embarazas que hay. Parece que por el sólo hecho de empezar a engordar se nos niega el derecho a las mujeres a seguir siendo (o a sentirnos) atractivas. Me he llegado a encontrar en la misma tienda, junto a una colección de alegres y veraniegos colores para mujeres de la talla 36 a la 44, un perchero con ropa premama, se supone que para el mismo tipo de mujer, con diseños y colores que hasta mis abuelas hubieran rehusado ponerse.

En segundo lugar, he descubierto la falta de atención que se presta, en general, a las embarazas. He tenido que rogar, con mayor o menor amabilidad, dependiendo del humor del momento, en más de una, de dos y de tres ocasiones, que nos cedieran el asiento a mi barriga de ocho meses y a mi, en metro, autobús, tren de cercanías, incluso en cierta taberna pija y castiza. Bien es cierto que una embarazada no es una inválida, pero con quince kilos más de peso, molestias que no viene al caso comentar y cuarenta grados de verano madrileño, creo que un poco más de caballerosidad no hubiera venido mal.


Y cuando ya pensaba que todas esas molestias habían pasado, me encuentro ahora con las dificultades que pone el entorno a las mamás que deciden vivir en la ciudad. He descubierto (...aunque lo sospechaba) que Madrid es una ciudad impracticable, arisca y antipática para ir por ella sobre ruedas, aunque sea con un bugaboo. Parece que de nuevo se nos olvida que las mujeres, aún siendo madres, seguimos siendo mujeres, y seguimos teniendo las mismas necesidades, incluso más, y seguimos interesadas en llegar, sin poner nuestra integridad y la de nuestros hijos en peligro, a supermercados, museos, tiendas o librerías. No se entiende que lugares a los que sobre dos piernas podemos acceder sin problemas se conviertan en lugares vedados por el hecho de llegar sobre dos piernas y cuatro ruedas. Antes de salir de casa hago un profundo estudio cartográfico de la ciudad. Confirmo el itinerario en transporte público: es fundamental que las estaciones de metro tengan ascensor, (aunque haya que coger tres ascensores, como en Sol, para llegar a la superficie), porque lo de las escaleras mecánicas es lo más peligroso que uno se puede echar a la cara yendo con un cochecito y un bebé dentro; miro la frecuencia de los autobuses, porque sólo admiten llevar un cochecito, y si uno tiene la mala suerte de que el autobús pasa cada veinte minutos y tiene que esperar a que pasen uno o dos porque ya no cabe, ya ha consumido su tiempo de paseo y hay que dar la vuelta después de haber pasado cuarenta minutos estériles en una parada de autobús; miro qué calles están en obras, para buscar caminos alternativos en caso de ir a pie. Esto último, en el Madrid de nuestro tiempo, es bastante complicado. Está levantada la puerta del Sol, la plaza de Atocha, Callao, la calle Serrano, la Carrera de San Jerónimo... Por no hablar de los bordillos! Cielo santo! Todos los años se abren y se cierran varias veces y por motivos pintorescos las calles del centro de Madrid, pero a nadie se le ha ocurrido hacer unos bordillos de las aceras más bajos para facilitar el acceso sobre ruedas. O los coches que aparcan tan pichis en los pasos de cebra, inhabilitando algunos de los pocos accesos fáciles para cruzar. Y lo último con lo que me he encontrado, ¡un rodaje! de cine o tv, da igual. Ocupaban unos quince metros de la calle Atocha, sin señalizar y sin crear un lugar de paso sobre la calzada, obligando a todos los transeúntes a invadir dicha calzada. Y volvemos a lo mismo, si uno va sobre dos piernas de un brinco es capaz de cruzar la calle o de bajar o subir bordillos de cincuenta centímetros sin problemas, pero cuando además empujas un cochecito (nueve kilos de coche + cinco kilos de niño y subiendo) la tarea se convierte en toda una azaña. Por cierto, el tren de cercanías es un terreno vedado: además de la escasez de ascensores de las estaciones a los andenes, subir a los vagones es imposible, hay que salvar dos escalones que suponen medio metro de desnivel. Todavía no me he aventurado a coger un taxi, pero me cuentan que algunos taxistas adquieren de manera súbita la nacionalidad sueca ante la visión de una mamá con un bebe. Y también me han hablado de esos inhóspitos establecimientos donde directamente cuelgan un cartel donde reza "No calentamos papillas ni biberones".

Si Madrid sale elegida sede de los JJOO de 2016, voy a proponer la maternidad como deporte olímpico.

3 comentarios:

Los Piris dijo...

El derecho al pataleo

Susana, ninguno de los que leemos este blog tenemos ninguna influencia en el sector de las obras públicas -que yo sepa- pero estoy segura de que hablo por todos cuando digo que nos solidarizamos profundamente contigo.
Las ciudades se concibieron como un espacio de resistencia a la caótica y arbitraria naturaleza, una burbuja ordenada con leyes propias donde el ser humano podía desenvolverse al resguardo de los agresivos elementos naturales. Pero las ciudades actuales tienen su propio caos, generado por la aglomeración, que en nada tiene que envidiar a los entornos agrestes. La jungla de asfalto, se le ha llamado, y con mucha razón.

Unknown dijo...

Alucino con la historia! Realmente no sabemos lo que es hasta que nos toca, así que te agradezco me pongas en sobreaviso por si el influjo de la maternidad llama a mi puerta!!Eso sí, ahora me fijaré más en esos detalles que no vendrían nada mal que supieran más de uno... ¿proponemos un día de embarazo simulado con ñinos pequeños para ser conscientes de lo que implica? Ahí tienes mi voto!!

Ana dijo...

Bienvenida al mundo de la maternidad! En este momento no se me ocurre nada que se haya puesto un poquito más fácil a las mujeres/hombre por el hecho de ser padres, y eso que todos venimos de allí mismo.