Mientras que a Jesús de Nazaret ya sólo le prestan atención Mel Gibson y Benedicto 16, la creme de la creme de los intelectuales de nuestros días se dan de bofetadas por escribir acerca de San Pablo, pidiendo la vez para no pisarse en los escaparates del género de ensayos (probablemente hoy Pasolini hubiera rodado sin problemas su guión sobre San Pablo y no hubiera encontrado financiación para su precioso Evangelio según San Mateo).
Si Badiou descubría en las cartas paulinas la génesis del concepto de universalidad, y Zizek lo presenta como el Lenin del cristianismo (lo que en el esloveno es un altísimo elogio), Agamben analiza la Carta a los Romanos (en realidad las diez primeras palabras de la introducción) para restituir el contenido original de algunos términos paulinos, especialmente los referidos al concepto del tiempo mesiánico. El tiempo que resta (título precioso donde los haya) es la transcripción de un (o varios) seminario(s), lo que se nota en cierta fluidez de pensamiento que uno no se imagina en un texto concebido para la escritura: se percibe la emergencia "en directo" de una idea, como cuando, tras enfatizar que se intentará "limpiar" las adherencias que una monumental exégesis ha echado sobre algunos conceptos (como el de christos, que muy persuasivamente el autor explica que nunca fue un nombre propio, y que en San Pablo siempre hay que traducir por "mesías"-o sea, que San Pablo nunca habló de Jesucristo, un "invento" posterior), tiene que reconocer que abstraerse de los contenidos que la historia han ido superponiendo sobre ese concepto es tarea vana e inútil.
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