No había vuelto a ver Detective desde que se estrenó hace 25 años. La película cierra, de alguna manera, el ciclo prodigioso que comienza con Sauve qui peut/la vie (esto va en gustos, claro, porque a mí me aburrieron las posteriores Soigne ta droite y King Lear, a falta de una revisión), y por razones ignotas Godard siempre la ha puesto a parir: que si era un fracaso, que si no salió como quería, que si los actores, que si patatín, que si patatán... Si bien en sus declaraciones el director es bastante gracioso e interesante, su pensamiento, hay que reconocerlo (o a mí me lo parece) tira más bien a confuso. Total, a mí me gustó Detective en su día, y me ha encantado en el reencuentro. Tal vez a Godard le moleste que se entienda más o menos bien lo que pasa, y que las escenas del trío protagonista (una mujer que tiene que decidir entre dos hombres) sean bastante buenas. A mí el casting me encanta, desde la presencia de Johny Hallyday hasta los soberbios senos de una jovencísima Emmanuelle Seigner (una de las cosas más memorables del Godard de esa época, como ya he comentado alguna vez, es el fascinante abanico de guapísimas actrices jóvenes que poblaban su cine), pasando por un majestuoso Alain Cuny haciendo de mafioso que hace de aristócrata, o el precioso rostro de Nathalie Baye, cuyo personaje es descrito como "una mujer que parece salida de un falso Boticelli".
La película transcurre en un hotel de lujo (que a ratos uno tiene la impresión de que se hizo mientras el casting esperaba que se pusiera en marcha un proyecto que se retrasaba) y mezcla diferentes historias del género negro, que si un hombre tiene que devolver un dinero que no tiene en un plazo determinado, que si hay una pelea de boxeo amañada, que si unos detectives investigan un crimen cometido años atrás, aunque lo que focaliza la cámara es el devenir de Nathalie baye entre su marido (un cansado Claude Brasseur) y el "duro" Johny Hallyday, el que debe dinero a todo el mundo (y que, si mal no recuerdo, era la pareja de la actriz en aquellos tiempos). Si bien, por descontado, el film atestigua la archiconocida tesis godardiana (y de medio mundo) de que volver al relato es imposible, y sólo queda filmar la ruina o la descomposición de ese proceso de impotencia creativa, Detective está recorrida por una pátina de melancolía y aprecio por sus personajes que se encuentra bastante lejos del sarcasmo despiporrante y popero con el que el suizo se entregaba a contar lo mismo en los famosos sesenta.
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