"Al estudiar el comportamiento de los niños y los enamorados, advertimos claramente que el grado de intimidad física entre dos seres humanos está en relación con el grado de confianza existente entre ellos. La superpoblación del mundo moderno hace que nos veamos rodeados de extraños en quienes no confiamos, al menos plenamente, y que tratemos desesperadamente de mantenernos distanciados de ellos. Los intricados sistemas de evitación de encuentros en una calle de gran circulación dan buen testimonio de ello. Pero la agitación de la vida urbana crea tensiones, y las tensiones producen angustia y sentimientos de inseguridad. La intimidad calma estos sentimientos, y por eso, aunque parezca paradójico, cuanto más obligados nos veamos a mantenernos apartados, mayor es nuestra necesidad de establecer contactos corporales. Si nuestros seres amados nos aman lo bastante, la cantidad de intimidad que nos brindan será suficiente, y podremos salir a enfrentarnos con el mundo a cierta distancia. Pero supongamos que no es así; supongamos que, como adultos, hemos fracasado en la tarea de establecer lazos de intimidad con los amigos o los seres amados, y que no tenemos hijos: ¿qué haremos entonces? O supongamos que conseguimos forjar aquellos lazos, pero que después se rompieron o se fosilizaron en una lejana indiferencia, convirtiéndose el beso o el abrazo de “amor” en algo tan convencional como el apretón de manos en público: ¿qué pasará? Para muchos, la solución consiste simplemente en aguantarse; pero es que existen verdaderas soluciones, y una de ellas consiste en el empleo de “tocadores” profesionales, para compensar, en cierta medida, la escasez de contacto amistoso y amoroso que nos priva de la necesaria ración de intimidad corporal.
¿Quiénes son estos profesionales? Virtualmente, son todas las personas desconocidas o poco conocidas que, a pretexto de prestarnos algún servicio especializado, tienen que tocar nuestros cuerpos. Este pretexto es necesario, porque nadie está dispuesto a confesar su propia inseguridad y su necesidad del contacto tranquilizador de otro cuerpo humano. Lo contrario sería una prueba de “blandura”, de falta de madurez, de regresión; destruiría la imagen de adultos conscientes e independientes que nos forjamos de nosotros mismos. Por eso debemos conseguir nuestra dosis de intimidad de forma disfrazada.
Uno de los métodos más populares y extendidos es el de ponerse enfermo. Nada grave, desde luego; sólo una leve dolencia que incite a los demás a realizar consoladores actos de intimidad. Casi todas las personas se imaginan que, cuando son víctimas de alguna enfermedad leve, no han hecho más que tropezar con algún virus hostil, con una bacteria o con cualquier otra forma de parásito. Si sufren un modesto ataque gripal, pongo por caso, creen que esto podría haberle ocurrido a cualquiera, a cualquiera que, como ellos, hubiese ido de compras a atestados almacenes, o subido a un autobús lleno de gente, o asistido a una de esas fiestas multitudinarias, donde toses y estornudos llenan incesantemente el aire de gérmenes patógenos. Sin embargo, los hechos no confirman este modo de pensar. Incluso en el periodo más agudo de una epidemia de gripe, sigue habiendo muchas personas –igualmente expuestas a la infección- que no sucumben a ella. ¿Cómo es que éstas se libran de tener que meterse en la cama? Y en particular, ¿cómo consiguen los médicos conservarse tan sanos? Ellos, más que nadie, se exponen diariamente a la infección y, sin embargo, proporcionalmente, no parecen enfermar tanto como las otras personas.
Por consiguiente las enfermedades leves no parecen deberse únicamente a accidentes desgraciados. En las ciudades modernas hay microbios nocivos en todas partes (…) Si sucumbimos ello se debe, más que a una exposición accidental, a que por alguna razón han menguado nuestras defensas corporales. Una de las razones (¡aparte de la higiene excesiva!) es que hemos dejado que las presiones de la vida urbana produzcan en nosotros tensiones excesivas. En nuestra condición debilitada, somos presa fácil de alguna variedad de los microbios nocivos que llenan el medio ambiente. Afortunadamente, la enfermedad lleva en sí misma la curación, porque al obligarnos a meternos en la cama, nos proporciona el solaz del que antes carecíamos. Podríamos llamar a esto síndrome del “bebé temporal”.
El hombre que se “encuentra mal” asume una apariencia débil e impotente, y empieza a transmitir poderosas señales pseudoinfantiles a su esposa. Esta reacciona automáticamente como una “madre temporal” y empieza a cuidarle como una madre, obligándole a meterse en la cama (cuna) y a tomar sopa, bebidas calientes y medicamentos (alimento infantil). El tono de su voz se vuelve más suave (arrullo maternal) y revolotea alrededor del enfermo, tocándole la frente y realizando otras intimidades que brillan por su ausencia cuando él se encontraba bien, pero que las necesitaba con igual intensidad. Este comportamiento produce milagrosos efectos curativos, y el hombre vuelve pronto a enfrentarse activamente con el hostil mundo exterior.
Esto no significa que el hombre finja su enfermedad. Es indispensable que el paciente se halle real y visiblemente enfermo para provocar los necesarios cuidados pseudomaternales. Esto explica la alta frecuencia de dolencias leves, pero muy debilitadoras e indoloras, en casos de enfermedades emocionalmente provocadas. Es importante no sólo estar enfermo, sino también que se vea que se está.
Algunos considerarán cínicos estos comentarios, pero no es esta mi intención. Si las tensiones de la vida exigen que obtengamos mayores cuidados e intimidades de nuestros más próximos compañeros, y nos obligan a buscar el cálido y suave refugio de nuestras “cunas”, debemos considerarlo como un valioso mecanismo social, inmerecedor de burla.
En realidad, es un truco tan útil que ha llegado a sostener una importante industria. A pesar de los imponentes progresos tecnológicos de la medicina moderna (…) todavía enfermamos en asombrosa proporción. La mayoría de los pacientes no han ingresado nunca en una sala de hospital. Pueden ser pacientes ambulantes, parroquianos de farmacias o, simplemente, enfermos que se tratan ellos mismos en su casa. Padecen una gran variedad de dolencias corrientes, tales como tos, resfriados, gripe, jaqueca, alergia, dolores en la nuca, amigdalitis, laringitis, dolores de estómago, úlceras, diarrea, erupciones cutáneas y otras cosas parecidas. La moda cambia de generación en generación –antiguamente fueron “humores”, hoy es “un virus”- pero, en el fondo, la lista sigue siendo la misma. (…) A falta de virus o bacterias adecuados, podemos sufrir una “crisis nerviosa”. Las dolencias mentales leves tienen la ventaja de que pueden actuar a falta de microbios, y son igualmente eficaces como productoras de alivio (…).
+ La segunda alternativa, a falta de parásitos extraños, es el empleo de los propios microbios endógenos del paciente. Cada uno de nosotros está protegido por un numeroso ejército de microbios amigos que no nos perjudican, sino que nos ayudan activamente a conservar la salud. Algunas de nuestras dolencias son producidas no por contagio de otras personas, sino por una súbita erupción y “superpoblación” de nuestros propios microbios. (…). Esto es particularmente así en muchos de los trastornos digestivos frecuentes en el paciente sometido a una gran tensión emocional. Lo más probable es que casi todos los leves trastornos gástricos e intestinales que padecemos se deban a una incapacidad de adaptación a las presiones y tensiones de la vida moderna.
+ La tercera alternativa del ser humano necesitado de cuidados es bastante más drástica. Si fallan la enfermedad mental o la endógena, puede, con un poco de agitación y de descuido, ser muy propenso a los accidentes. Si tropieza y se rompe un tobillo no tardará en lamentarse de que ha quedado “inútil como un bebé” y en ser ayudado y consolado como un bebé auténtico. Pero ¿acaso los accidentes no son accidentales? Desde luego pueden serlo, pero es sorprendente observar cómo varían las personas en su propensión a sufrir lesiones “accidentales”.
Vemos, pues, que el morador de la ciudad que busca alivio a su tensión tiene varias maneras de conseguir una adecuada inutilidad que provoque las intimidades de los que le cuidan".
2 comentarios:
Realmente impresionada!! un autentico placer haber descubierto tu blog através de una amiga muy, pero que muy querida. Mercedes nada más conocerte supe que eras una persona INCREIBLE, pero tu escritura sólo deja ver un atisvo de lo grande que eres!! Repito altamente impresionada!! Por favor sigue escribiendo. Me encanta ver reflejado el día a día de nuestras vidas, que algunos de nosotros no somos capaces de dejar por escrito. Muchos besos de una amiga ocasionada por la ciudad en la que vivimos! Un besote!
Ainhoa.
Ja, ja, ja! Es genial! Y lo escribió en 1976! Se me ocurren varias personas que en pleno siglo XXI tienen un comportamiento que sigue al pie de la letra lo que cuenta Desmond Morris (si el libro es tuyo, por favor, pásamelo). Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, pero el ser humano es así desde los tiempos de las cavernas
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