Mercedes, Portnoy, Sire...

Ayer tenía pensado acercarme a la Filmo a ver Identificación de una mujer y poder escribir algo sobre Antonioni, pero la verdad es que lo puedo escribir igualmente, ya que el miércoles me vi El misterio de Oberwald, que es como un Estudio 1 con un textura que puede ser considerada de vanguardia o una guarrería, con virajes de color a tutiplén en los momentos más insospechados. Como los veteranos de la tele no se cansan de hablar de lo pesadillesco que era el vídeo de 2 pulgadas y los BCN 20, tampoco se puede sacar ninguna conclusión al respecto. Basada en un Cocteau que no he leído (El águila de dos cabezas), El misterio de Oberwald se ve más que bien porque tiene un guión extraordinario (del propio Antonioni y de Tonino Guerra, que debe de ser un genio absoluto) y unos diálogos que da gusto oír.

El caso es que inexcusables responsabilidades paternas me tuvieron amarrado, primero, al instituto de mis hijos mayores, donde me dieron sendas charlas gemelas acerca de los proyectos escolares y las normas imprescindibles a mantener, que básicamente son que los alumnos lleguen puntuales a clase y no monten broncas en las aulas;

y después a mi hijo pequeño, que aburrido de la wii y el ordenador ha descubierto la peonza como el último grito en ocio tecnológico. Tentado estuve de llevármelo, si no al Antonioni sí a un Brooks que ponían a las ocho, pero opté por algo más ligero y nos acercamos a la biblioteca del barrio, donde acaparó tebeos de Mortadelo y dvds de un tal Naruto.

Por mi parte, ante la perspectiva de un fin de semana de turismo rural en el pueblo de mi mujer (¡y con fiestas patronales incluidas!), ante lo que una mente urbana como la mía sólo puede sobrevivir con torres de cine y literatura, lo único eficaz contra la sobredosis de oxígeno, decidí hacer acopio de recomendaciones y rapiñé el libro de Ishiguro del que habla Mercedes (aunque sólo he leído Los restos del día y me dejaron más bien indiferente), el primer Pynchon (La subasta del lote 49), influido por Portnoy, que cuenta que ha empezado Vineland (yo confieso públicamente que he comenzado y abandonado un par de veces algún tochazo del Pormoderno Oficial Norteamericano, aburrido de esa sucesión de alardes formales, literarios, de erudición "irónica" y de esa "impiedad" de la que hace gala, que te lo imaginas diciéndose: hay que ver lo que soy capaz de escribir; al margen de la tontería esa de no permitir fotos y esconderse y esas cosas que tanto le molan a los periodistas), la obra completa de Rafael Cadenas publicada por Pre-textos (esto porque sí); mientras que en dvd cogí un Beauvois (del que no he visto nada), del que hacían defensa apasionada en el blog de Sire, aunque lo que quería era sacar algo de James Gray, del que sólo he visto la estupenda Two lovers, y del que hacían grandes elogios en la última recopilación de mejores (o más raras) pelis vistas en el mes. Y además Lirios rotos, que una vez conseguido que mis hijos vean cine en blanco y negro y en versión original lo siguiente es iniciarles en la gloriosa tradición del mudo.