Según Mateo comienza con un plano aéreo acompañado de la música de un compositor emblemáticamente religioso, Bach. Ese punto de vista "divino" desciende en un bosque donde asistimos a una escena de iniciación masculina que abre posibilidades a un relato bíblico, un padre que se lleva sus hijos de caza, un rito de paso en la que el mayor falla y el benjamín y, sin duda, favorito, triunfa. Este posible relato de confrontación fraterna bajo la mirada de un padre atento es una pista falsa, pero abre una línea narrativa que subyace a lo largo del film (para emerger en el extraordinario final, en el que, sorprendentemente, se recupera esa mirada -literalmente- celestial). Pero no es de hijos, sino de padres de lo que habla esta película, de la desaparición de una figura patriarcal, arraigada en el territorio y en la familia, en los ritos comunitarios, aplastada por el cambio de paradigma laboral. Como sustituto nos encontramos con el dios deslocalizado de la globalización, alguien inaccesible pero que ocupa todos los espacios (también es el demiurgo que dirige el rito de la caza, que es el de la camaradería). Este mundo nuevo de la razón es despiadado, alguien es despedido por fumar y no necesita trabajadores. La única forma que encuentra el héroe para vengarse es intentar suplantar el puesto de ese dios padre seduciendo a su mujer y borrando su lugar privilegiado al menos en la alcoba, y acaba descubriendo que hasta eso está previsto, que el proletariado ha dejado de ser necesario en la economía laboral pero ya tiene un puesto asignado en el imaginario libidinal de la burguesía.
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