El sábado me quedé sin entradas para ver Los sobornados en la Filmoteca, por lo que me metí a ver D'est, de Chantal Akerman, un paseo por el Este de Europa justo después de la caída del muro. La cámara se dedica a trazar largos y majestuosos travellings por calles y espacios públicos como estaciones de autobús, o se eterniza en planos fijos que capta a mujeres aisladas en sus domicilios privados. Lo que descubrimos son lugares desgastados, rostros cansados, confirmando lo percibido en las dos películas del Este que más me han gustado de las que he visto recientemente, Las cuatro noches de Ana, de Skolimowski, y Las armonías de Werkmeister, de Bèla Tarr. No está nada mal, pero el hecho de que no haya percha narrativa ni hilazón entre los planos (la película se mueve en una cadencia rítmica que se mueve por pares de opuestos: noche/día, interiores/exteriores, espacios urbanos/rurales, travellings/planos fijos) hace que el espectador esté tentado de ausentarse de lo que está viendo más a menudo de lo que resulta educado (donde pone espectador, léase yo).
Para que no me ocurriera lo mismo con Encubridora (quedarme sin verla) al día siguiente, compré las entradas ese mismo sábado, y le dije a mi hijo mayor que se tenía que venir conmigo. Cada vez que veo una película clásica me sorprende lo lejos que se encuentra del cine actual. También me sorprendió el carácter de serie B de la película, con esos decorados rodados en planos cortos y que parecen prestados de otra peli, esos supuestos exteriores filmados casi siempre en estudio y esos protagonistas que parecen secundarios a los que se ha dado una oportunidad (lo que le da un aire parecido a alguna de las películas mexicanas de Buñuel). También es sorprendentemente directa y tiene esa rapidez narrativa propia esa serie B de la que hablaba: el comienzo parece un borrador de Centauros del desierto (el hombre que ve como su objeto de deseo es destruido, y tiene que partir solo a llevar a cabo su venganza porque la colectividad social no se presta a comprometer su seguridad en esa loca empresa), la distancia que existe entre la complejidad del inicio de la película de Ford y la vía directa de la de Lang es de lo más productivo a la hora de analizar. Tanto Vern (Arthur Kennedy) como Ethan (John Wayne) están habitados por un odio abrasador, pero el gran Wayne es mucho mejor actor, y tampoco tiene que seducir a nadie en su periplo.
La parte que más me gusta es la central, cuando Vern está recopilando noticias de Altar Kane (Marlene Dietrich), una figura legendaria que aúna la consición de objeto sublime y excrementicio, una prostituta inalcanzable. Como en Sin perdón, todo se juega en el eco que la figura del ángel femenino desaparecido encuentra en su posterior encarnación en la representación más opuesta del imaginario masculino de la mujer (o sea, la puta).
Yo recordaba una visión anterior de Rancho Notorius como especialmente intensa y concentrada, experiencia que no repetí en esta ocasión. Sin embargo, mi hijo debió de salir conmocionado, porque cuando intenté recabar su opinión me lanzó un desdeñoso y lapidario "Esta película es buenísima" y no volvió a abrir la boca en todo el trayecto que hicimos juntos hasta llegar a casa. Así que le he dejado un dvd de la peli para que se la vea las veces que quiera, y poder decir como Belmondo de su hijo en Pierrot le fou a propósito su adicción de a Johnny Guitar (otro western de mujeres y espacios cerrados) que es lo mjejor que puede hacer para educarse.
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