En su fulgurante comienzo la cámara de Genpin se desplaza capturando los rayos de sol que se filtran entre los árboles mecidos por el viento, hasta que descubrimos una casa tradicional de madera de la que nada sabemos; luego nos muestra un diminuto fuego y un hilo de agua que cae de un caño. Tras este repaso humilde por los cuatro elementos emerge, como una epifanía, el primer plano del rostro de un bebé que acaba de nacer, frágil y sublime. Recuperar la asombrosa belleza del proceso del nacimiento es es el empeño de Genpin, un documental que gira sobre una clínica japonesa especializada en parto natural.
El "héroe" del film es el doctor Yoshimura, un veterano tocólogo entregado a una cruzada contra el tratamiento agresivo que sufren las embarazadas en la medicina moderna, consideradas habitualmente como enfermas potenciales (recordaba viendo Genpin a Susana declarando contantemente que ella estaba embarazada y no enferma), e intentando articular un discurso que devuelva el carácter sagrado que la mujer embarazada ha tenido en todas las culturas, empeño cuya dificultad queda de manifiesto en la película por el carácter muchas veces naif, y rayano con el oscurantismo, que a menudo tienen sus palabras.
Sin embargo, al igual que las palabras que el chamán de La eficacia simbólica pronunciaba en el momento de un parto difícil, los discursos de Yoshimura tienen un manifiesto efecto positivo en sus pacientes, cuyos rostros y testimonios persigue infatigablemente la cámara de Kawase. El doctor explica constantemente que un embarazo forma parte integral del sublime ciclo de la vida, y que lejos de ser un hecho traumático es el acontecimiento más hermoso que a un ser humano le es dado conocer. Así, pone a sus chicas a trabajar en huertos o a limpiar la madera, y tenemos esa divertidísima imagen de una embarazada fuera de cuentas que parte un tronco de un hachazo descomunal.
El "héroe" del film es el doctor Yoshimura, un veterano tocólogo entregado a una cruzada contra el tratamiento agresivo que sufren las embarazadas en la medicina moderna, consideradas habitualmente como enfermas potenciales (recordaba viendo Genpin a Susana declarando contantemente que ella estaba embarazada y no enferma), e intentando articular un discurso que devuelva el carácter sagrado que la mujer embarazada ha tenido en todas las culturas, empeño cuya dificultad queda de manifiesto en la película por el carácter muchas veces naif, y rayano con el oscurantismo, que a menudo tienen sus palabras.
Sin embargo, al igual que las palabras que el chamán de La eficacia simbólica pronunciaba en el momento de un parto difícil, los discursos de Yoshimura tienen un manifiesto efecto positivo en sus pacientes, cuyos rostros y testimonios persigue infatigablemente la cámara de Kawase. El doctor explica constantemente que un embarazo forma parte integral del sublime ciclo de la vida, y que lejos de ser un hecho traumático es el acontecimiento más hermoso que a un ser humano le es dado conocer. Así, pone a sus chicas a trabajar en huertos o a limpiar la madera, y tenemos esa divertidísima imagen de una embarazada fuera de cuentas que parte un tronco de un hachazo descomunal.
(Hay que decir en su descargo que, aunque se pasa la peli cantando las glorias de la vida natural, el protagonista está lejos de ser un chalado, y vemos como sus embarazadas son sometidas regularmente a chequeos con aparatos de avanzada tecnología, y que cuando un parto es complicado la madre es enviada a un hospital)
Si bien es fácil tener prevenciones en el comienzo de Genpin, cuando todo parece maravilloso y los rostros expresan felicidad, la fina decantación de las apariciones de las protagonistas permite que, tras las primeras declaraciones de plenitud imaginaria, emerja el lado despiadado de lo real. Si la película comienza con mujeres que son incapaces de exponer la felicidad que las embarga, posteriormente será el dolor el que, en algunos momentos asombrosamente hermosos, quiebre sus palabras. Kawase alterna el sonido de la voz humana con la de la naturaleza, y como es habitual en ella integra el actuar humano en la cíclica evolución de la naturaleza (aunque sea en su vertiente más agresiva, como esa excavadora que arrasa una zona del jardín).
Si bien es fácil tener prevenciones en el comienzo de Genpin, cuando todo parece maravilloso y los rostros expresan felicidad, la fina decantación de las apariciones de las protagonistas permite que, tras las primeras declaraciones de plenitud imaginaria, emerja el lado despiadado de lo real. Si la película comienza con mujeres que son incapaces de exponer la felicidad que las embarga, posteriormente será el dolor el que, en algunos momentos asombrosamente hermosos, quiebre sus palabras. Kawase alterna el sonido de la voz humana con la de la naturaleza, y como es habitual en ella integra el actuar humano en la cíclica evolución de la naturaleza (aunque sea en su vertiente más agresiva, como esa excavadora que arrasa una zona del jardín).
Se nota que Genpin está rodada por una mujer (y creo que si fuera el documental de un hombre la película sería un escándalo mayúsculo) en las escenas de parto que vemos. Lejos de esa voracidad visual que a menudo tiene la mirada masculina (pulsión escópica en el argot de este blog), Genpin se detiene en el asombro o preocupación que reflejan los rostros de los acompañantes, o mejor en el desconcierto de esos niños que asisten a esa explosión de goce en el rostro de sus madres, y filma el parto en un plano general, integrando en la imagen tanto el alumbramiento como la cara de la madre desencajada, y ese momento absolutamente maravilloso en el que niño acaba de nacer y es depositado, por primera vez, en el regazo de la madre, es acompañado por el grado cero de la palabra, gritos y gemidos que remiten a un goce primigenio y anterior al discurso.
Una de las cosas más desconcertantes de Genpin es la emergencia explícita, al final, de la propia voz de Kawase, que expone un elaborado discurso de apoyo a la filosofía de Yoshimura; todo lo contrario de un cierre definitivo de los testimonios o de la aparición de un amo del discurso que ancle el sentido de lo que hemos visto, más bien la necesidad o el impulso de participar, o acompañar, a las palabras que han circulado por el film: también el goce tiene derecho a un texto sublime que lo nombre.
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