Una chica cortada en dos (La fille coupée en deux, el cambio de artículo tiene su importancia) es una de las películas más tristes que he visto en mucho tiempo. Desarrollada en un mundo inundado por una inefable fealdad pretenciosa, cuenta la aniquilación de un sujeto femenino a manos de un mecanismo social en el que la perversión se ha extendido como forma de relación social. Así, el prócer patriarcal representado por un exitoso escritor es un Don Juan que no renuncia a sus impulsos incestuosos, a pesar de vivir en una apacible bigamia, y que inicia a la dulce e inteligente protagonista en triviales y tortuosos rituales perversos que la marcan para siempre. Como nada del compromiso (de una palabra verdadera) viene de ese lado, la chica se refugia en un pasadísimo Benoit Magimel, que aquí hace de decadente fin de raza de poderosa estirpe, y que se queda colgado de la chica simplemente porque es el objeto de deseo del escritor, figura paterna a la que finge detestar pero a la que admira profundamente, y a la que intenta imitar. Pero lo que este crápula de segunda se encuentra no es el objeto maravilloso que espera, sino el resto excrementicio que el escritor ha deshechado, resto del que no soporta sus demandas. Finalmente, a la chica se le exige como sacrificio expiatorio que haga público su inconsciente, momento en que definitivamente es triturada socialmente.
La fille coupée en deux probablemente no sea de las mejores películas de Chabrol (lo cual no tiene mayor importancia, dado que uno no va al cine para hacer una Liga de filmes), pero tiene esa sabiduría y precisión que se ven en las obras de viejos maestros, poco preocupados ya de perfecciones formales. El conflicto central me recordó a Inside Daisy Clover; si en Mulligan la protagonista caía en un círculo familiar infernal, aquí ese cruce de pulsiones incestuosas que derivan de la ruina de la estructura patriarcal se ha expandido hasta abarcar a toda la sociedad.
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