lunes, 20 de septiembre de 2010

Misterios de Lisboa


El tema de Misterios de Lisboa es la posibilidad de narar una historia decimonónica en nuestros días, no sólo en su aspecto narrativo (¿se puede todavía articular una narración alrededor de la búsqueda del padre?), sino también visual: ¿cómo filmar un mundo que sólo conocemos por la literatura, aunque creamos muy próximo?.

A Raúl Ruiz se nota que le gusta mucho la estructura folletinesca, pero conoce toda la historia posterior del cine y de la literatura. La manera en que filma con una cámara digital los desvelos de un huérfano en busca del Nombre del Padre (y del cariño de una madre) resulta fascinante, a medio camino entre el distanciamiento de la modernidad (Oliveira, claro) y el desmelene hipertrófico de la posmodernidad (algo que en cualquier caso siempre ha sido del gusto de Ruiz, con esa querencia por desquiciar las historias que cuenta, y que aquí, para mi gusto, le lleva al borde del abismo y casi hace descarrilar el film), que apunta a un relato infinito e imposible (por ejemplo, tras una escena de duelo fallido, cuando los personajes abandonan el campo, aparece un personaje del que nada sabemos y que se pega un tiro, otra línea posible que es abandonada inmediatamente -tal vez una alusión a la fiebre de suicidios románticos que extendió Werther por Europa- pero que alude a la indefinida proliferación de historias que cualquier espacio abre).

Si la primera parte contempla una narración folletinesca clásica, con saltos temporales y diversos puntos de vista que van aclarando los misterios del título y del relato, en la segunda se acumulan los puntos de vista de distintos personajes secundarios de la trama que cuentan una y otra vez historias similares (amores imposibles con finales má o menos trágicos), con lo que la peli entra en un bucle casi delirante (hasta los espacios en que ocurren las distintas tramas se parecen bastante). Finalmente el director vuelve a la trama central y recupera a los protagonistas centrales (tanto el huérfano que, al comienzo, sólo cuenta con un nombre de pila, Joao, como el padre Dinis, un sacerdote que va adquiriendo una coloración sobrenaturalmente fantasmática según avanza Misterios de Lisboa, y que a la postre se convierte en el mayor enigma del film) para cerrar el relato con una finta discutible, que aquí no vamos a desvelar.

Resumiendo: a mí me ha encantado.



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