Raparse. ¿Por qué no? A menudo he pensado que no hay nada que se acerque más a una solución final. Raparse y matar dos pájaros de un tiro: acabar de una vez con la vacilación, el anhelo insatisfecho, la esperanza de dar con la mano, el estilo, el tipo especial de corte que supone que le están destinados, enterrar para siempre -para la módica eternidad que demora el pelo en revivir, crecer, volver a la carga con sus complicaciones- el sueño de lo único en esa especie de páramo desolado, anónimo, indiferente, a que queda reducida la cabeza una vez barrida por la máquina de rapar.
Historia del pelo, Alan Pauls, Anagrama, 2010.
2 comentarios:
Es una idea, desde luego... lo voy a pensar.
Espérate, porque he llegado al momento en que el protagonista encuentra el corte perfecto, definitivo. Hay un horizante de perfección metafísica e inmutable para el corte de pelo! Aunque voy por la mitad, todavía algo acabará con esa plenitud capilar imaginaria
Publicar un comentario