domingo, 20 de febrero de 2011

El último relato


Según cuenta la leyenda nadie hizo caso de The man who shot Liberty Valance cuando se estrenó, si bien los numerosos hagiógrafos actuales de Ford, los que se pasan el día comparándolo con Shakespeare (comparación evidente, pues para eso la filmografía del director está llena de personajes que se pasan el día citándolo, preferentemente en estado de embriaguez), extienden ese desinterés a toda su obra, y no sería hasta su exégesis que este olvidado (o vilipendiado) director alcanzó el puesto que se merece.

Que imagino yo que alguna peli de Ford tendría éxito y reconocimiento en su día, aunque sólo fuera porque ganó algún Óscar y trabajó siempre con rutilantes estrellas (a las que, también según la leyenda, torturaba psicológicamente, aunque en este caso muy corroborada por testimonios de todo tipo) y técnicos competentes.

El caso es que desde que tengo uso de razón he oído la cantinela de que Ford vivió en el infierno moral de ser considerado un fascista, un militarista, un reaccionario, un racista (acusación esta que le sacaba de quicio), e imagino que será verdad, pero se ve que los perpetradores han borrado las huellas porque nunca me he encontrado con las pruebas, si bien es verdad que nunca las he buscado. Tampoco tengo claro que la admiración cerrada que se le profesa en la actualidad sea la fórmula más acertada para acercarse a su cine y hacerlo productivo para el espectador contemporáneo.

Lo cual sería una pena porque, volviendo al Liberty Valance, nos encontramos con uno de los textos del siglo XX que más radicalmente han explorado el carácter fundacional de la violencia respecto al derecho, y mejor han puesto en escena el mito del asesinato primordial. En ese sentido, este film se emparenta con Benjamin y Freud en su análisis de los mecanismos "borrados" que se encuentran en el origen de una sociedad, si bien Ford se aparta, en cierto sentido, de los caminos deconstructores de sus ilustres predecesores para trazar un fascinante relato épico del surgimiento heroico de las principales instituciones de la democracia (las elecciones, la libertad de prensa, la educación pública).

No es de extrañar que los convulsos 60 vieran como una marcianada de viejos chochos este recordatorio de lo extremadamente frágil que es el entramado civilizatorio que damos por supuesto (tema que también recorre toda la obra del Freud maduro), y lo costoso que es (re)construirlo: una de las imágenes recurrentes del film es la destrucción violenta de cualquier palabra en cualquier soporte, desde el libro que lleva al inicio Ranse Stoddard hasta la vidriera que enarbola el nombre del periódico del pueblo, el Shinbone Star: las palabras son extremadamente frágiles, y conseguir que perduren es una tarea ardua, permanentemente amenazada.

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