lunes, 21 de febrero de 2011

Shirin


Recuerdo que en su día leí que Oliveira salió entusiasmado de la proyección de Shirin en el Festival de Venecia, lo que conociendo lo que le gustan las mujeres al portugués centenario no es de extrañar. Shirin es un muestrario de guapísimas actrices iraníes entre las que se colado una Binoche con cara de pena, que si bien luce con pañuelo en la cabeza, lo que en su momento fue muy comentado, destaca sobre todo por la peregrina idea de salir sin maquillar, lo que hace que parezca una revenant en medio de una eclosión de rostros deslumbrantes.

Imagino que a estas alturas todo el mundo sabe que Josrow y Shirin es una historia popularísima y ancestral en toda la zona de influencia persa, algo así como el Ramayana en la India o Tristán e Isolda en Occidente, cuya versión canónica es la del poeta Nezami, aunque se encuentran ecos y variaciones (según Wikipedia) hasta en Pamuk, por ejemplo; y que el film de Kiarostami (que ayer pude ver en el Reina Sofía) se articula sobre una banda sonora de una supuesta e inexistente adaptación del relato mientras lo único que vemos son los rostros de docenas de mujeres filmados en planos cortos.

Hay que decir que al medio minuto del comienzo del film el espectador descubre que las mujeres no están viendo la película (y lo más probable es que no tengan delante nada más que la cámara), y que tampoco están en un cine, si no más bien una de esas salas que hay en los estudios de sonido y en los laboratorios, con sólo dos o tres filas de butacas. Por otro lado, la supuesta adaptación recoje el estilo entre épico y kitsch de las versiones que la industria india hace de sus ancestrales epopeyas (y, de hecho, también según wikipedia, las versiones cinematográficas de la historia de Shirin han sido indias y paquistaníes): Kiarostami no renuncia a (sino que más bien potencia) los elementos más desaforada y melodramáticamente sublimes. Siendo inviable una recreación de la historia en nuestros días con esos parámetros (o por lo menos inviable para una superestrella del universo autoral como Kiarostami), ¿qué mejor que mostrar, con ese bucle manierista, el impacto emocional que todavía tiene ese relato de sacrificio femenino en los espectadores de hoy en día? (podríamos decir, su eficacia simbólica).

Las preguntas que surgen son, por supuesto, estas: ¿por qué es imposible -en nuestros días- articular un relato simbólico, y, a la vez, éste sigue siendo imprescindible?¿por qué es la mujer la destinataria principal del relato -que es como decir de la dimensión más intensa de la palabra-?

Ya Kiarostami había realizado un corto (el del film colectivo Chacun son cinema) en el que se mostraba a unos espectadores "inundados" emocionalmente por la belleza de un texto, en ese caso Romeo y Julieta, y en algunas video instalaciones se había centrado en mostrar el impacto de algunos rituales chiíes en los fieles (impacto que el espectador occidental no puede más que percibir bastante distanciado). Sin embargo, a mí Shirin me recordaba la Blancanieves que Monteiro "grabó" con el texto a la vez sublime e irrisorio de Walser, que el director portugués "ilustró" con una gloriosa pantalla en negro, un recordatorio de que lo Sublime, como el dios de Niesztche, ha muerto.

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