jueves, 1 de marzo de 2012

Dios en el exilio



¡Una peli de Béla Tarr en la cartelera madrileña! Y la sala no estaba vacía, ni mucho menos; es más, casi todos los espectadores nos quedamos hasta el final, a ver si por fin pasaba algo en la peli, con la curiosa recompensa de descubrir que se acaba el mundo, pero que lo importante de verdad es que los dos protagonistas dejan de comer patatas, actividad ésta a la que el director que más partido le ha sacado nunca al alquiler de una steadi dedica muchos minutos, aunque no tantos como al ponerse y quitarse ropa, un elemento tan crucial aquí que se nos muestra siempre sin ápice de elipsis, figura retórica a la que el cineasta húngaro sólo recurre para ahorrarnos las dos horas de cocción que le debe de llevar a la chica conseguir cocer las dos patatas que representan todo el condumio diario de los héroes de El caballo de Turín (junto con un par de vasos de aguardiente que de desayuno se mete sin pestañear el padre), sin que haya que renunciar a la esperanza de que en la extended version ese tiempo se nos restituya.


El caballo de Turín no está mal; al comienzo una voz en off nos cuenta la historia del abrazo de Nietzsche a un caballo que está siendo furiosamente azotado por su cochero, y que siempre se cita como su entrada definitiva en la locura. La voz se pregunta por el caballo, y, efectivamente, la imagen nos muestra un caballo lanzado al galope por los golpes de su cochero. Igual es una pista falsa, a partir de ese momento seguimos al cochero y a su hija, que no viven en Turín, sino en una casa perdida en el campo y permanentemente azotada por un viento apocalíptico, y las 30 palabras que pronuncian en toda la película deben de pertenecer al húngaro, porque italiano no es. El padre tiene pinta de patriarca del Antiguo Testamento, o al menos como nos imaginamos a los patriarcas tras Miguel Ángel: a ratos es calcado al Moisés, y también le da un aire al Dios Padre gagá de La Trinidad, de Ribera (uno de los mejores cuadros del Prado). La otra pista bíblica del film son los carteles que nos indican : "El primer día", "El segundo día", y así hasta el sexto, que remiten a la Creación del Génesis, pero al revés. Aquí el mundo se apaga (literalmente) y regresa a las tinieblas indiferenciadas.

Y es que el vaciado narrativo tiene estas cosas, que al texto se le pueden echar encima paletadas de literatura. Comparada con ésta The man from London parece una de James Bond, aunque los protagonistas se rían lo mismo que en ésta, o sea, nada. Aunque es la primera película de Tarr que se distribuye en salas en España (bueno, en Madrid y Barcelona), parte de su obra está en dvd (aunque no la mítica Satántango). Más suerte ha tenido el coguionista, Lázló Krasznahorkai, al que Acantilado le ha publicado varios libros.

8 comentarios:

Igor dijo...

Ya puestos, podría mostrar la cocción de las patatas que mencionas en tiempo real. Si esta película que podría perfectamente narrarse en 15 minutos dura dos horas, ¿por qué no siete?
Me pregunto qué se dirá de esta película en 20, 30 años.

abbascontadas dijo...

Pues yo creo que estas pelis tan visualmente suntuosas (y más si lo que se retrata es pobreterío, que mira lo que dan de sí los espacios deteriorados de Tarkovsky) aguantan bastante bie (no así la música, que crispa los nervios). Además, siempre se podrá utilizar en primero de audiovisuales para explicar las diferencias entre darle a la bebida en primer planbo o plano medio, o las distintas implicaciones emocionales de sacar agua de un pozo en plano americano o en gran plano general.
Y hoy estrenan el último Sokurov, otro de los abanderados de la humildad y la modestia.

Igor dijo...

Bueno, no creo que Bela Tarr esté a la altura de Tarkovsky. A mí me parece, con los peros que se le quieran poner, Tarkovsky logra momentos únicos, diferentes a cualquier otra cosa.

Sergio Sánchez dijo...

No he visto la de Tarr todavía (ninguna de las suyas), pero es gracioso que tendamos a valorar casi siempre en términos de eficacia narrativa, en cuánto puedo contar una historia. Qué mentalidad de sociedad industrial tenemos.

Igor dijo...

No es mentalidad industrial Sergio, es que el tiempo que se utiliza en contar algo es fundamental. Como lo es la extensión de una novela. No puedes alargar a 800 páginas lo que da para un relato.
Los planos interminables y las acciones más triviales en tiempo real estén o no justificados tienen un prestigio que me supera.

abbascontadas dijo...

Es evidente que Tarr no juega en el campo de la eficacia narrativa, que por otro lado es uno de esos conceptos pseudo teóricos que en realidad son una muletilla que no quieren decir nada. Pero el vaciamiento narrativo tampoco es un valor en sí mismo. Y El caso es que El caballo de Turín no está mal, y tiene planos magníficos; la verdad es que lo que me irrita en ella son casi motivos extracinematográficos: el prólogo sobre el caballo de Nietszche, que es como echar una paletada de significado a lo que sigue, que no tiene nada que ver con la psicosis del filósofo alemán (salvo que se entienda que el eclipse del mundo que se nos muestra es una alegoría de esa noche del mundo que es la locura), y, sobre todo, esa forma de propaganda encubierta que es anunciar la peli como la última que va a hacer el director, lo que la dota de todo ese aura testamentaria que no falta en ninguna reseña (también me parece un poco impostada esa tristeza perenne que aqueja a todos sus personajes, pero bueno, eso parece que va con el estilo, que los suntuosos planos secuencia se ve que casan mal con la alegría).
Aunque Tarkovsky (y Angelopoulos) me parecen mejores, desde luego te recomendaría que te vieras sus pelis, los primeros planos de El hombre de Londres y Las armonías de
Werkmeister son de caerse de espaldas (y el resto está bastante bien).

Sergio Sánchez dijo...

Este fin de semana empecé con unos minutos de "El hombre de Londres" pero se me habían hecho las once de la noche para una experiencia de ese empeño. Caerá más tarde o más temprano.

Los planos triviales y las acciones interminables (o viceversa) son como todo, están logrados o no. "Solaris" se puede contar en bastante menos y no digamos "El eclipse" o "Te querré siempre", pero al final todas las películas de ser contadas en el tiempo que necesitan parecerían de Joseph H.Lewis o de Edgar G.Ulmer. Y yo que creo que estás de acuerdo conmigo por lo que dices de Tarkovski...quizás sea la falta de creación de momentos, no su duración.

Igor dijo...

Sí, estoy de acuerdo en lo que dices.
Precisamente a lo que me refería es a que últimamente eso de crear largos planos donde se muestra muy poca cosa se ha convertido en una especie de cliché.
A mí "Viaggio a italia" me parece extraordinaria pero la cantidad de hijos y nietos tontos que le han salido a Rossellini es tremenda. Yo creo que en treinta años se flipará viendo algunas de las cosas que hoy encumbra la crítica.