I don't want to sleep alone es la última película dirigida por el momento por Tsai Ming Liang, y la última que me he visto en el ciclo de la Filmoteca. Como en las demás, una desoladora escasa asistencia para verse la obra de uno de los directores claves de los últimos años, sobre todo teniendo en cuenta lo difícil que es ver en una sala de nuestro país estas películas. Qué le vamos a hacer. El único conocido con el que me he tropezado ha sido a Nacho Gutiérrez Solana, impenitente cinéfilo al que ya cuento con encontrar cuando me acerco a ver un Pialat o un Bresson, y que no ha faltado a la cita con el taiwanés. Y a raíz del pase de esta cinta que nos ocupa en Venecia hace un par de años, descubrí que en realidad TML era de Malasia, y que había emigrado a la isla china con cuatro años, y que había vuelto a su país de origen para rodar esta peli, que es un encargo de la organización vienesa ocupada en celebrar el 250 aniversario de Mozart (al igual que lo es también Syndromes and a century, de Apichatpong Weerasethakul, que yo me preguntaba en la sala qué pasaría en España si estos filmes los hubiera encargado la Aguirre -o cualquier institución española- para conmemorar a Chapí o el levantamiento de 1808).
Y tras esta sarta de curiosidades, a lo que importa, que es decir que I don't want to sleep alone es estupenda, que a TML le ha sentado muy bien el cambio de aires, y que I don't... respira frescura sin abandonar las señas de identidad de su autor: o sea, que tenemos planos largos, tenemos a Lee Kang-Seng (aquí haciendo un doble papel), tenemos pocos diálogos, y hasta tenemos un desastre ecológico en forma de nube de humo que nos cuenta la radio y la televisión, lo único que no para de hablar en este oasis de silencio ( o incomunicación) que son las películas de Ming Liang.
Como siempre, Lee Kang Seng es básicamente un cuerpo, y aquí dos: uno absolutamente inmóvil (un vegetal en coma), y un inmigrante chino que recibe una paliza al comienzo de la película, y casi empieza en el mismo estado de postración que el primero (para ir adquiriendo movilidad según avanza el relato). Ambos personajes concitan el deseo de los que le rodean (y de la cámara): su inmovilidad se presta a que estén a merced de las caricias ajenas. El problema es cuando el cuerpo del inmigrante, y por consiguiente su deseo, entra en movimiento (ese elegante toque fantastique que tiene TML hace que haya un sutil eco entre lo que le ocurre a ese deseo concitado por el/los cuerpo/s)
I don't want to sleep alone pertenece a la estirpe de películas que, desde Boudu salvado de las aguas hasta Teorema, han contado la historia del intruso que hace saltar por los aires el apacible equilibrio libidinal de una familia, con esa mezcla de humor grotesco, tragedia y desesperanza que conviven en armonía en Tsai: por ejemplo, ese colchón que circula por toda la película, como una promesa de un encuentro sexual feliz permanentemente demorado, y que acaba llevando pacíficamente a sus protagonistas en un sueño que parece suspender momentáneamente el conflicto erótico.
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