Hace unos veinte años, cuando empecé a estudiar francés, tenía la costumbre de leerme el Cahiers, costumbre que prácticamente me ha durado hasta hoy. Durante los primeros años, me encontraba con diversos nombres para mí completamente desconocidos, pero que para el resto de los mortales parecían nombres incontestables de la galaxia cinematográfica. Eran películas que, estaba seguro, nunca se verían en España, y por aquella época también tenía la certeza de que yo nunca llegaría a tener la posibilidad de encontrarlas en una sala. Y no estoy hablando de marcianadas. Me refiero a gente como Hou Hsiao Hsien, Oliveira o, incluso, Kiarostami. Uno de esos cineastas era Tsai Ming Liang, taiwanés que presentaba sus pelis en Cannes o Venecia, pero del que aquí no se sabía nada. Hace unos pocos años pude ver una película suya, El sabor de la sandía, en Berlín, y en ese mismo certamen pasaron Vive l'amour. Nando me dejó The river, tal vez su película más famosa, y The hole. Así que en un mes me convertí casi en un experto. Gijón pasó una retrospectiva, a la que no pude ir, y la Filmoteca le dedica un ciclo que prácticamente me va a permitir completar su filmografía y volverme a ver las películas que ya vi. Lo más sencillo sería decir que hace comedias herméticas. La anécdota narrativa sobre la que se sustentan sus películas son mínimas, básicamente consiste en personajes muy solitarios (pero que parece que no son conscientes de esa soledad en la que viven) que deambulan por planos largos hasta que el azar les lleva a cruzarse, lo que les lleva a que a veces pasen cosas entre ellos, y a veces no. Los actores casi nunca hablan, pero siempre hay televisiones o radios que parlotean sin parar y hablan de catástrofes irrisorias, como el virus de The hole, que en el 2000 ataca a Taipei, convirtiédola en una ciudad fantasmal y anegada en un diluvio infinito, y que hace que los afectados se comporten como cucarachas, o la sequía de El sabor de la sandía, que lleva al gobierno a recomendar que se consuma compulsivamente esa fruta. Visualmente son muy elaboradas, aunque suele recurrir a planos fijos, con una composición y una escenografía muy elaborada. Tiene un actor fetiche, Lee Kang Chen, que sale en todas desde el principio de los tiempos, y que es un cruce entre Buster Keaton y un chapero de Pasolini, y al que suele sacar en calzoncillos (también ha dirigido películas, que se parecen como dos gotas de agua a las de su mentor). En cualquier caso, los actores tampoco tienen mucho más que hacer que seguir las indicaciones del director: la mitad de la película se la pasan cocinando, comiendo, defecando o masturbándose, y si los hados son propicios llegan hasta a follar, habitualmente tras tortuosos trayectos. Y como todavía me quedan algunas películas suyas por ver, seguiré escribiendo.
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