Pasaje a la India fue la última película que rodó David Lean, catorce años después del fracaso de La hija de Ryan. Lean tenía más de setenta años cuando la hizo (además de dirigirla, escribió el guión y la montó), y aunque en estos casos siempre se nos viene a las manos los típicos rollos de film testamentario, la verdad es que no hay nada de eso aquí. Se habla de la muerte y la reencarnación, pero da la impresión que eso se debe más a los flirteos de Forster con el misticismo oriental que al propio Lean. Sí tiene aire de lo que llamo "película de viejo", categoría estética indefinible que engloba las obras de ese fenómeno relativamente reciente de los directores que continúan rodando con regularidad cuando sus coetáneos andan ocupados en ligar compulsivamente en las discotecas del Mediterráneo, subvecionados por el Inserso, y que, liderados por el potencialmente inmortal Oliveira, incluye en su nómina a gente tan dispar (y estupenda) como Eastwood, Chabrol o Rohmer (aunque éste ya ha dicho que con sus 87 años a la espalda se retira). La película fue recibida, si mal no recuerdo, con la condescendiente reverencia que se debe a un maestro del que todo el mundo se había olvidado ya: acumuló la consabida ristra de nominaciones a los Óscar, de las que se llevó dos (actriz secundaria y banda sonora, el Gordo le tocó a Milos Forman por la apreciable Amadeus), y todo el mundo saludó la vuelta del veterano director, conscientes probablemente de que no volvería a rodar. Debió de funcionar lo suficientemente bien como para que los años siguientes vieran una avalancha de adaptaciones de Foster, sobre todo a cargo de James Ivory, que hizo tres: Una habitación con vistas, Maurice y Howard´s End (en España conocida como La mansión en la traducción de Alianza que yo leí, y que pasa por ser la obra maestra del escritor), antes de que la janeaustenmanía invadiera todo el campo de las adaptaciones literarias, aunque también se puede inscribir en la corriente de fascinación que a los ingleses todavía les dura por su pasado imperial en la India (mientras que parece ser que los indios aplican al paso de los ingleses por su país la conocida imagen de la literatura védica de la agitación en la superficie del agua del mar mientras que el océano permanece inmutable; y lo más reseñable de su herencia es el uso del inglés como lingua franca en un país enorme con infinidad de lenguas y dialectos). Pasaje a la India tuvo una adaptación teatral que Forster llegó a conocer y que también aparece citada en los títulos de crédito como fuente literaria del film.
Yo tenía un agradable recuerdo del visionado de esta cinta, la única de Lean que vi en el momento de su estreno, aunque no tenía excesiva curiosidad por revisitarla. Pues bien, tal vez los años le han sentado muy bien a la peli (o amí como espectador), porque volver a verla ha sido una experiencia intensa y apasionante, y lo explicaré en otras entradas, para que los talibanes de los blogs breves (o sea, Mercedes) no se me echen encima.
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