Una adolescente sube a menudo en el ascensor con su joven vecino. Décadas después, descubre que ese joven serio y cortés es uno de los tres o cuatro escritores más importantes del siglo, pero lo único que puede legar a la posteridad son un par de brevísimas conversaciones que apenas recuerda. Los mejores testimonios compilados por Hans-Gerd Koch en Cuando Kafka vino hacia mí ... son los de las personas que no conocieron al genio si no que se rozaron con el discreto Frank Kafka. Décadas después, sus triviales recuerdos tienen algo de epifánico, mientras que los Oskar Baums, Felix Weltsches y Max Brodes pasean con orgullo sus medallas de íntimos y primeros apreciadores del genio oculto (medallas merecidas, todo hay que decirlo). Pero los momentos emocionantes surgen cuando una criada recuerda la receta del pastel que había que hacer ex profeso para el delicado Frank, o cuando una amiga con la que pasea ocasionalmente recibe una carta suya, y tras perderla confiesa a su madre que sabe que jamás en su vida va a volver a recibir "una carta tan maravillosa como aquélla."
Uno de los gags más divertidos de Scary movie (por lo menos a mí me encanta) tiene lugar cuando la parodia de los marcianos de La guerra de los mundos atacan la tierra. En esos momentos, el sosias de Bush está en una escuela, asistiendo a una torpe lectura de un cuento, cuando uno de sus ayudantes le avisa de que la tierra está siendo atacada. El presidente le pide amablemente que no le moleste, porque quiere saber como termina el cuento. Cuando el asistente, estupefacto, le quiere hacer ver la gravedad de la situación, el presidente se indigna, le dice que le importa un carajo lo que le ocurra a la tierra y que lo único que desea es saber como termina la historia (del patito). La versión "sublime" de este chiste es una de las anécdotas más hermosas (y sorprendentes) de la historia de la Literatura, la famosa historia de la niña que se encontró un día Kafka llorando en un parque porque había perdido su muñeca. Kafka le exlicó que la muñeca no se había perdido, si no que se había ido de viaje, y que de hecho le había enviado una carta contándole sus aventuras. Durante varias noches, Kafka se dedicó a escribir concienzudamente las cartas que le llevaba al día siguiente al parque a su amiguita, tarea que testigos de la época cuentan que llevaba a cabo con extrema seriedad y atención. Las cartas están perdidas, pero queda la leyenda de la extraña bondad del siempre discreto Kafka.
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