Una de las cosas más curiosas de la última película de Pixar es que invierte la estructura normalizada del relato clásico: si el héroe debe demostrar su capacidad para afrontar el encuentro sexual mediante una prueba que lo legitime como apto para sobrevivir en el campo de lo Real (o sea, que antes de casarse con la princesa tiene que matar al dragón) aquí es una larga vida de felicidad y fidelidad conyugal lo que prepara al protagonista para enfrentarse con ese destino que se muestra desde el principio en la figura de ese destinador simbólico que acaba convirtiéndose en padre demoníaco.
Up es una historia de iniciación clásica, por lo que en ella se diseñan espacios simbólicos diferentes para los sexos, si bien resulta sintomático que tanto en éste como en el otro film clásico de la temporada, Gran Torino, vayan con pies de plomo con ese aspecto de la narración: parece curioso que para una historia de filiación simbólica masculina Eastwood y sus guionistas se tuvieran que buscar un desconocido pueblo vietnamita al que siempre se le puede disculpar que proponga roles masculinos y femeninos diferentes por razones étnico/identitarias, mientras que en Up el cuerpo femenino que encarna la maternidad es un simpático pájaro.
Otra coincidencia en ambas películas es la resistencia de las figuras paternas a asumir su papel de destinador. Es como si los textos que intentan articular una narración simbólica en nuestros días tuvieran que comenzar por la figura del padre y obligarle a salir de su ensimismamiento narcisista (que solía ser el estado en que se encontraba el hijo). Ya Lacan decía que la figura del padre simbólico era imposible y su tarea inasumible, si bien es probable que hablara sobre todo por él.
El caso es que Friedickson (el protagonista de Up) se queda viudo y se encierra en una casa que es una especie de vínculo fetichista con su mujer muerta. Hasta tal punto se niega a abandonarla que consigue que ésta despegue del suelo (de la realidad) y, siguiendo el aparente mandato de ésta, se instale en el delirio imaginario: en una brillante secuencia la casa arranca del suelo, y tras atravesar una nube negra, el protagonista se despierta en el espacio fantasmático que la pareja había soñado siempre, unas cataratas en Sudamérica. Como es de rigor, lo que surge en esa fantasía no es la plenitud narcisista (que, posteriormente, descubriremos que no era el mandato delirante del espíritu femenino, ya que Friedickson no había leído correctamente, o completamente, el diario que le había donado su mujer en el lecho de muerte) si no la aspereza de lo Real. En una brillantísima inversión visual, la casa que le había elevado hasta el espacio del fantasma se convierte en una especie de lastre, un peso que hay que arrastrar y que cada vez cuesta más conservar.
Entre el pájaro (el cuerpo femenino “real”) y la casa (el cuerpo femenino “fantasmático”) Friedickson elige (en un primer momento) la casa, para acabar descubriendo que lo que suponía un acto de devoción a la memoria de su mujer muerta es en realidad una traición absoluta. En otra secuencia estupenda, vemos a Friedickson arrojar todos los pequeños fetiches (y sobre todo los sillones que simbolizaban ese autismo narcisista en que se quería instalar) para conseguir que la casa vuelva a volar y poder asumir el rol “masculino”: padre del chico, amo del perro, salvador de la dama (aunque sea un pájaro). Como colofón de la historia la casa (y el padre malvado) salen de plano y los héroes regresan (tras devolver la madre pájaro a sus crías) a la realidad en un zeppelín, que es una estructura, por supuesto, bastante más fálica.
Si he emparejado el nombre Eastwood con Up es porque Pixar y el veterano director son los principales “contrarreformistas” empeñados en el cine americano en la rearticulación de un relato clásico, y uno de los aspectos más interesantes de su trabajo son las dificultades y resistencias que encuentran. Y las debilidades, para mañana dejo un comentario sobre Banderas de nuestros padres, que vi en la Filmo y me pareció llena de insuficiencias.
Up es una historia de iniciación clásica, por lo que en ella se diseñan espacios simbólicos diferentes para los sexos, si bien resulta sintomático que tanto en éste como en el otro film clásico de la temporada, Gran Torino, vayan con pies de plomo con ese aspecto de la narración: parece curioso que para una historia de filiación simbólica masculina Eastwood y sus guionistas se tuvieran que buscar un desconocido pueblo vietnamita al que siempre se le puede disculpar que proponga roles masculinos y femeninos diferentes por razones étnico/identitarias, mientras que en Up el cuerpo femenino que encarna la maternidad es un simpático pájaro.
Otra coincidencia en ambas películas es la resistencia de las figuras paternas a asumir su papel de destinador. Es como si los textos que intentan articular una narración simbólica en nuestros días tuvieran que comenzar por la figura del padre y obligarle a salir de su ensimismamiento narcisista (que solía ser el estado en que se encontraba el hijo). Ya Lacan decía que la figura del padre simbólico era imposible y su tarea inasumible, si bien es probable que hablara sobre todo por él.
El caso es que Friedickson (el protagonista de Up) se queda viudo y se encierra en una casa que es una especie de vínculo fetichista con su mujer muerta. Hasta tal punto se niega a abandonarla que consigue que ésta despegue del suelo (de la realidad) y, siguiendo el aparente mandato de ésta, se instale en el delirio imaginario: en una brillante secuencia la casa arranca del suelo, y tras atravesar una nube negra, el protagonista se despierta en el espacio fantasmático que la pareja había soñado siempre, unas cataratas en Sudamérica. Como es de rigor, lo que surge en esa fantasía no es la plenitud narcisista (que, posteriormente, descubriremos que no era el mandato delirante del espíritu femenino, ya que Friedickson no había leído correctamente, o completamente, el diario que le había donado su mujer en el lecho de muerte) si no la aspereza de lo Real. En una brillantísima inversión visual, la casa que le había elevado hasta el espacio del fantasma se convierte en una especie de lastre, un peso que hay que arrastrar y que cada vez cuesta más conservar.
Entre el pájaro (el cuerpo femenino “real”) y la casa (el cuerpo femenino “fantasmático”) Friedickson elige (en un primer momento) la casa, para acabar descubriendo que lo que suponía un acto de devoción a la memoria de su mujer muerta es en realidad una traición absoluta. En otra secuencia estupenda, vemos a Friedickson arrojar todos los pequeños fetiches (y sobre todo los sillones que simbolizaban ese autismo narcisista en que se quería instalar) para conseguir que la casa vuelva a volar y poder asumir el rol “masculino”: padre del chico, amo del perro, salvador de la dama (aunque sea un pájaro). Como colofón de la historia la casa (y el padre malvado) salen de plano y los héroes regresan (tras devolver la madre pájaro a sus crías) a la realidad en un zeppelín, que es una estructura, por supuesto, bastante más fálica.
Si he emparejado el nombre Eastwood con Up es porque Pixar y el veterano director son los principales “contrarreformistas” empeñados en el cine americano en la rearticulación de un relato clásico, y uno de los aspectos más interesantes de su trabajo son las dificultades y resistencias que encuentran. Y las debilidades, para mañana dejo un comentario sobre Banderas de nuestros padres, que vi en la Filmo y me pareció llena de insuficiencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario