El otro día estaba viendo en la tele Scary movie 4 con mis hijos cuando me di cuenta de que el actor que hace de venerable patriarca en la parodia de El bosque me recordaba mucho a alguien a quien había visto recientemente. Y luego caí en que era clavado a Alberto Sanjuán intentando hacernos creer que es un veterano general romano que regresa a Roma tras unas décadas de luchas victoriosas, fatigado y anhelando una vejez reposada, para meterse de lleno en una espiral de violencia salvaje incluso para los estándares actuales.
Como hay gente para todo, supongo que habrá ya legiones de enteraos diciendo que Tito Andrónico es la tragedia de Shakespeare que mola de verdad, y no esos tópicos para el vulgo que son Macbeth o El rey Lear. O igual no, porque, al margen de que Alberto Sanjuán es un limitado actor, haga de soldado septuagenario o de taxista merluzo, el (para mi gusto) apreciable montaje de Animalario no consigue levantar una obra bastante floja, con escenas que parece increíble que las escribiera no ya Shakespeare si no hasta el guionista más descerebrado de Takeshi Miike.
Como suele pasar en las tragedias del autor inglés, aquí un frágil orden social se ve rasgado por un crimen o pecado original, un sacrificio humano al que se entrega con evidente goce obsceno Tito Andrónico, con la excusa siempre aceptable de cumplir con los ritos ancestrales. Y por ahí se cuela la pulsión devastadora de la Lady Macbeth de esta obra, la madre del sacrificado y botín de guerra que acaba de emperatriz, lo que aprovecha para urdir salvajes maquinaciones, bien secundada por unos hijos que chapotean en incestuosos pantanos libidinosos que el montaje hace bastante explícitos por si algún espectador es tonto y no se entera.
A pesar de las tibias críticas recibidas el Matadero estaba hasta arriba el día que fui, y esa parece ser la tónica general, también hubo ovación final, aunque se vislumbraba mucho disidente, entre ellos mi hermano, al que le parecía un insondable misterio de la creación el que Sanjuán se subiera a un escenario a llevar el peso de una obra de Shakespeare, por floja que fuera.
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