sábado, 21 de junio de 2008

El cine ha muerto !Larga vida al cine¡



Nada como un feliz azar para trazar puentes entre películas muy alejadas. Esta semana me he visto casi seguidas Goodbye, dragon inn y Rebobine, por favor, que no tienen casi nada que ver, pero que giran en torno al mismo tema: la muerte del cine como una forma de entretenimiento popular.


La primera es una película tediosa de Tsia Ming Liang, en la que diversas presencias fantasmáticas se arrastran por una enorme y vacía sala de cine donde se proyecta probablemente por últimas vez una de esas películas orientales de género que tanto furor causan entre minorías de friquis occidentales, pero que por lo que se ve en la peli han dejado de interesar a los nativos a los que iban destinadas. Como es la peli más rollo con mucha diferencia que he visto del estupendo director taiwanés no me extiendo sobre ella.


La de Gondry es muy entretenida, a pesar de lo cargante que puede resultar Jack Black. Asociado a brillantes videoclips y a los guiones de Charlie Kaufman (que hace un significativo cameo), Gondry se marca un asumido remake del Vive como quieras de Capra para hacer una elegía del cine como rito comunitario a través de unos descerebrados que regentan el último vedeoclub que trabaja con VHS (la película es una apología de la resistencia ante el avance del digital, y un homenaje a Mélies y su forma artesanal de construir las películas), y ante un descacharrante accidente que borra todas las cintas deciden grabar un remake de Los cazafantasmas para una clienta especialmente quisquillosa. El éxito de la fórmula les obliga a repetir la experiencia con títulos muy conocidos, lo que da lugar a un plano-secuencia marca de la casa en la que nos paseamos por hilarantes copias de King-kong o 2001 (al parecer, el término que los protas utilizan para nombrar a las copias, películas suecadas-sweded- ha hecho fortuna en internet, donde abundan ya estos remakes amateurs). Como en Capra, aquí los malos son las grandes corporaciones y la burocracia impersonal, que quiere echar abajo el edificio del videoclub y prohibir este tipo de usurpación intelectual. Siendo bastante divertida en su desarrollo, la película alza el vuelo en su hermosa última parte, en la que se plantea una utopía artística en la que todo un barrio se convierte en comunidad al embarcarse en el proyecto de crear una película que narre la vida de un legendario músico que habitó en el barrio en la primera mitad del siglo XX. Tras recabar toda las noticias que han quedado guardadas en el recuerdo individual y colectivo en diferentes casettes, una asamblea que haría palidecer de envidia al godardiano grupo dziga vertov decide la estructura narrativa mediante el sencillo procedimiento de decidir que anécdota va antes o después. Finalmente, el día grande de la proyección, que coincide con el de la demolición, asistimos al plano más bonito de Rebobine, por favor, un travelling que recorre las miradas (literalmente) encantadas de los habitantes de la degradada barriada al verse transmutados en los héroes de su propia leyenda en esa primera y última proyección de su heroica cinta. Gondry reivindica la ficción como el espacio privilegiado donde se construye una colectividad, y atestigua, a su vez, el fracaso (o el fin del reinado) del cine para erigirse como motor de la construcción de los mitos fundacionales de nuestra época.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un comentario muy bonito. El cine como acto colectivo.