viernes, 2 de abril de 2010

Day of the outlaw


En la historia del cine norteamericano el enfrentamiento entre granjeros y ganaderos está bastante codificado: los ganaderos están del lado de la pulsión y lo real, y los granjeros de la Ley y los límites. Como es normal, el ganadero (y la pulsión) precede a la Ley y su ordenación, claves para que lo que solemos entender por un espacio humano sobreviva. El problema es que, para que esa Ley sea vivida como deseable, algo del orden de lo real precedente debe permanecer, si bien lo propio de la pulsión no es, desde luego, permanecer dentro de límites. Por eso el western es el espacio ejemplar para desarrollar este conflicto, dado que las comunidades que reflejan son un tanto precarias y las fuerzas salvajes bastante presentes.
En este fascinante film de Andre de Toth, de finales de los 50, Robert Ryan (Blaise Starrett) es un ganadero que ha conocido "los años salvajes" de un territorio abrupto y que sólo conoceremos cubierto por una nieve de una blancura casi metafísica, pero que una vez pacificado ha empezado a llenarse de granjeros deseosos de hacerlo productivo. Eso lleva a Starrett a enfrentarse con el "ideólogo" de las fuerzas agrícolas, Hal Crane, si bien resulta obvio desde el principio que el odio que se profesan sólo aparentemente gira en torno a tierras y alambradas, y que lo que está en juego es el objeto de su deseo, Helen Crane, la mujer del Hal (el granjero), pero enamorada de Blaise (el ganadero), con el que tuvo un affaire no concluido del todo.

Esta quiebra en el orden simbólico de la sociedad (que se manifiesta, por ejemplo, en la negativa de Blaise a llamar a Helen por su nombre de casada) es un agujero negro que amenaza con tragarse al muy frágil entramado social que se ha conseguido articular en torno a un pequeño poblado, y se materializa en la película través de la irrupción en el pueblo, justo en el momento en que los dos personajes se iban a enfrentar, de una banda de forajidos liderados por una de las encarnaciones más brillantes que conozco de esa figura que llamo padre de la horda o padre obsceno, el capitán Bruhn (Burl Ives, inmenso).
Igual que la llegada de John Wayne a la casa de su hermano en Centauros del desierto anunciaba la posterior aparición de Cicatriz, aquí Bruhn es una encarnación de ese negativa de Blaise a aceptar la Ley (que es siempre la Ley del padre), al no permitir que Helen pueda desvincularse del deseo que siente por él. Y al igual que en Centauros del desierto, aquí también hay una relación entre el oro que acaban de robar los forajidos y las mujeres del pueblo a las que quieren violar.



El Capitán Bruhn (que es el evidente antecedente del Nicholson de Infiltrados, de Scorsese) ejerce un fuerte control sobre sus hombres, impidiendo que se entreguen a la pulsión destructiva que les embarga, y que les impele a beberse todo lo que encuentren, violar a todas las mujeres y asesinar a todos los habitantes del pueblo. En ese sentido, desde el momento en que detentan toda la fuerza, Bruhn pasa a encarnar la única ley en el pueblo, una ley bastante obscena, desde luego, pero extremadamente ambigua. Si bien en la prohibición de tocar a las mujeres y el alcohol hay (además de evidentes resonancias de la descripción de Freud sobre el padre de la horda) un elemento de sensatez, ya que, dado que hay menos mujeres que hombres, y bastante oro en juego, el capitán es consciente (puesto que una de las características suyas es la omnisciencia, y así descubrirá en seguida el conflicto libidinal que corroe a la comunidad que tiene secuestrada) de que sus hombres se acabarán matando entre ellos, hay una reticencia especial a dejar que las cosas se desmadren cuyo origen iremos conociendo poco a poco (algo en el pasado del capitán, de la época en que, realmente, estaba en el ejército) y que dibuja un punto de debilidad en el personaje que lo mina y que en la película se representa por la herida de bala que tiene, y que le va matando poco a poco.



Day of the outlaw es una película que siente la "tentación" de la modernidad en la invasión de su tejido narrativo que lleva a cabo esa figura obscena fascinante. El padre de la horda era, por supuesto, conocido en el cine clásico (pensemos en My dear Clementine, por seguir con Ford), donde su función era servir de sparring del héroe en su periplo a la excelencia. Es en la modernidad cuando empieza a ir ganando terreno hasta convertirse en el amo del texto. Esa tensión textual de este film descomunal se encarna en el personaje de Gene, el benjamín de la banda, todavía "virgen" en todos los sentidos de la palabra (no ha matado a nadie, no ha tenido ninguna experiencia sexual) que debe elegir entre las dos figuras paternas que tiene a su disposición: Bruhn (todas las mujeres a su disposición en una amalgama siniestra y sin nombre) o Blaise (Emine, la chica del pueblo con la que intima, el sometimiento a la Ley). Pero para que Gene pueda marcar el camino al film como un texto clásico el propio Blaise debe renunciar a su objeto de deseo incestuoso, lo que sucede en una secuencia impresionante, filmada en plano fijo, que tiene lugar tras el momento en que Bruhn"cede" a las peticiones de sus chicos y organiza un baile, filmado como una orgía con desmelenadas panorámicas circulares. Después de que Blaise consiga frenar la deriva incontrolable de la situación, mediante la promesa de un camino a través de las montañas, Helen le visita en su habitación como una "ofrenda" del marido, que reconoce su impotencia para hacer frente a los bandidos y proteger a la comunidad. Aquí se encuentra la encrucijada del film, cuando los protagonistas se encuentran en la situación de entregarse al deseo en las condiciones "ilegales" que la irrupción de la pulsión ha provocado. Ese momento (que es el del título, porque no otra cosa nombra ese day of the outlaw) es aquel en el que la comunidad pende de un hilo, el que exige que el héroe se sacrifique (su vida o su narcisismo) y se someta a la Ley para se pueda dibujar un futuro. En cierta manera, cuando Blaise llama por primera vez a Helen por su nombre de casada sabemos que el pueblo está salvado.
En seguida descubrimos que la oferta de Blaise a los forajidos es ficticia (no hay camino para ellos), y que su renuncia a Helen supone la sentencia de muerte de su yo "obsceno", el capitán Bruhn. En la última parte del film, el de la travesía a través de un paisaje helado, sólo queda por dilucidar si Gene, el joven que debe optar entre la Ley o el caos, sobrevive a la marcha y consigue regresar al pueblo para cumplir las expectativas que ha levantado en Ermine (lo que sería lo propio en un western clásico) o fallece en el camino, incapaz de superar a las pasiones que se desatan en el grupo (lo que es habitual en el relato postclásico), incógnita que dejo abierta aquí.




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