miércoles, 14 de abril de 2010

El infierno del odio


De esta película se puede decir que, lamentablemente, Kurosawa opta por hacerla apasionante: tras un planteamiento fascinante en el que se despliega la clásica opción ética "imposible", por la que un ejecutivo que lleva años urdiendo un plan para hacerse con el poder de la empresa debe destinar todo el dinero de la operación a pagar el rescate de su hijo, que ha sido secuestrado, justo en el momento en que iba a cerrar exitosamente la maniobra. Pero el secuestrador se ha equivacado de niño, y tiene en su poder al hijo del chófer. El ejecutivo se siente liberado de la obligación de pagar el rescate, aunque el secuestrador mantiene las exigencias y descarga en el ejecutivo el "deber moral" de salvar la vida del niño.


A partir del desenlace de esta escena el film se centra, sobre todo, en la labor de la policía para localizar al delinquente, narrada por Kurosawa con maestría absorbente, pero dejando atrás una serie de temas muy interesantes del que sólo se desarrollo con cierta profundidad uno: el sacrificio del que ha sido objeto ese niño lo convierte, en cierta manera, en un objeto "sublime", lo que supone, sobre todo, una losa para el padre (chófer y, por lo tanto, subordinado del ejecutivo), ya que, obviamente, el niño es incapaz de aprehender el status que ha adquirido (de hecho, lo primero que hace cuando vuelve a la "normalidad" es ponerse a jugar con su amigo, inconsciente del drama que se ha generado en torno a su figura insignificante). Ese desplazamiento genera una serie de tensiones en el pequeño microcosmos que se nos muestra (posibles tensiones en el matrimonio protagonista, del que se anota cierta diferencia social en los orígenes, la incómoda relación con el subordinado, al que se le ha hecho un favor gigantesco que, obviamente, nunca podrá devolver, convirtiéndolo en un deudor "eterno", y cuya ansiedad vuelca en el hijo salvado) que podrían haber dado lugar a otros relatos que el film, desgraciadamente, no explora, lo que no quita, como digo, para que las dos horas y media que dura El infierno del odio se vean sin pestañear.


Cuando veo buenas películas clásicas me gusta pensar qué es lo que hace imposible que se puedan repetir en nuestros días en su litarelidad. En este caso, en el que hay una descripción bastante cruda de los mecanismos de explotación capitalista (unos acreedores le dicen al protagonista que, si ha pagado al secuestrador, ellos no van a ser menos a la hora de exigirle el dinero que les adeuda), lo extraño es la descripción de la policía (¡y de la prensa!) como una institución al margen de la corrupción que el capitalismo genera: así. el motivo que mueve a los policías a ser extremadamente celosos en el caso es la fascinación que les ha producido el acto "sublime" de sacrificio del ejecutivo. Esta visión del cuerpo policial como ajeno a las tensiones sociales (por no hablar,como digo, de la prensa, que aquí la práctica habitual -y obscena- de "mentir diciendo la verdad" y es capaz de mentir "para decir la verdad", esto es, para alcanzar un fin simbólico superior) es la que resulta imposible hoy en día, en la que todas las figuras sociales en cargadas de encarnar la Ley están bajo sospecha.

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